"This huge, twisted trunk is the highest of all the vallenwoods in the Valley". Within it stories are told, within it tales are lived, he is witness of lots of adventures, because within it lives the magic ...

This is a magical world ...
where castles rises above clouds seas ...
and dreams walk calmly down the street ...
where every one can be that heroe who dreamed of one day ...
and
if they turn back, they see their wishes fulfilled ...
You´ve got a big heart, keep it filled with
happiness, Lord of the Shadows, so you can live more an live forever inside a
heart, inside yours, inside mine...


Every now and then we come across bands who find inspiration for their music in Dragonlance, most often from Raistlin who is unquestionably the saga's favourite character.

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lunes, 25 de octubre de 2010

Mazmorra: Misión de recuperación I.


desarrollo de mazmorra.

Siete cabezas se perfilaban sobre una loma, observando atentamente una gran estructura que se erguía semiderruida a lo lejos, en el centro de un oscuro bosque. Kuive, acostumbrada a caminar por esas zonas, pensaba que los habían seguido ya que había habido momentos de su viaje en los que había notado ciertas presencias moviéndose a su alrededor; Axxis, que iba a la retaguardia, estaba de acuerdo pues había visto sombras entre los árboles más negras que la oscuridad de la noche. Pero ya estaban allí. Habían aceptado la oferta y ya no había vuelta atrás.



Estaban ellos dos, las dos semielfas, Adara y Darjeeline, el mediano, llamado Tuän y un enano, Grimnir, que había estado oculto en las sombras de una esquina durante toda la conversación y, finalmente, cuando los términos del trato habían sido establecidos, se había acercado al grupo y se había unido a ellos.


En aquel momento se ocultaban en la lejanía tras unos arbustos, esperando la salida del sol.


-¿Me podéis contar otra vez por que no atacamos de noche? -preguntó entonces Tuän, ansioso por correr a por el báculo que les daría la recompensa y sitiéndose más seguro al abrigo de sus amigas las sombras.


-Son drows -Adara no consideraba necesario decir más, sin embargo Tuän levantó una ceja, expectante.

-Los drow ven en la oscuridad perfectamente. Sin embargo, el más mínimo resquicio de luz los molesta y asusta. Contra ellos llevamos mucha más ventaja si trabajamos de día -explicó Darjeeline.


-A no ser que nos topemos con uno que conocí yo una vez... -Kuive, perdida en sus pensamientos, parecía que hablaba consigo misma- le daba igual el sol... sin embargo -dijo sombría volviendo a la realidad- no sé si nos va a servir de mucho la luz del sol... como no haya alguna grieta -aclaró señalando en dirección a una zona de ventanas que se veía bien desde aquel ángulo.


En el edificio, todas las ventanas estaban completamente selladas con sendos tablones de madera.


En aquel momento, la primera uña del sol comenzó a asomar por el horizonte, tras las lejanas montañas del este.


-Vamos, es la hora -Grimnir se levantó, sin siquiera esperar una respuesta de sus compañeros y encabezó la marcha dispuesto, con sus dos hachas en ambas manos, prestas a la lucha. Kuive y Darjeeline se miraron, ésta negó con la cabeza, riendo, y siguieron a sus compañeros, que ya se habían puesto en marcha tras el enano, cerrando la marcha.






Las nubes se deslizaban lentamente por detrás del sol, ya entero, cuando los siete compañeros alcanzaron las puertas de entrada. Tuän se acercó lentamente, cauto, pero no descubrió nada peligroso en la puerta; lo que es más, aquélla estaba abierta.


-Como si nos estuvieran esperando... -dijo Grimnir, alzando sus hachas con los ojos entornados mientras miraba a todas partes.


-¿Qué? ¿Nos creéis ya? -preguntó Axxis adelantándose y abriendo ambas hojas de la puerta con un puntapié, al tiempo que empuñaba su maza de hierro forjado- en cualquier caso, hay que entrar, no hay ningún otro sitio, ¿no?


-No lo hay -respondió Kuive- al menos que hayamos visto.


-Hemos dado la vuelta ambos a todo el complejo -completó Tuän- parece una extraña fortaleza, o un sitio acorazado... a lo mejor ahí dentro tienen a alguien peligroso encerrado, por eso sólo existe una entrada.


-O a lo mejor ahí dentro se realizan siniestras actividades que el mundo no puede ver... -aventuró Adara; acto seguido desenvainó su mandoble y le hizo un gesto al dracónido- entra, yo te cubro.


Axxis atravesó la entrada con precaución y descubrió una escalera descendente. No había nada más.


-Hechicera -llamó- esto está más oscuro que la piel de un drow, yo no veo en la oscuridad...


-Eso no es problema -Kuive se adelantó y chasqueó los dedos; al punto una brillante bola de luz del tamaño de una canica apareció frente al dracónido y comenzó a descender las escaleras delante de él, alumbrando el camino.


-Muy bien -alabó Adara recelosa, a medio camino entre la burla y la desconfianza -habrá que tener cuidado contigo, supongo.


-No era más que un truco barato para asombrar a los niños... -respondió la eladrin y luego añadió suspicaz:- y a los pueblerinos crédulos... ni siquiera es magia de verdad -aclaró.


-Oh -respondió la semielfa- entonces ¿sólo sabes hacer trucos baratos, hechicera?


Kuive fulminó con la mirada a la señora de la guerra, clavando en ella sus verdes ojos opalinos, sin pupila, haciendo que ésta retrocediera medio paso inconscientemente y levantara el mandoble unos centímetros, adoptando una posición defensiva.


-Voy a darte un consejo, semihumana -dijo, aunque sin darle ninguna entonación a la última palabra- nunca subestimes a un mago... nisiquera aunque salte a la vista que te cae mal simplemente por su raza...


Dicho lo cual, se adelantó y bajó las escaleras tras sus compañeros, dejando a Adara en el rellano, pensativa.


Cuando llegó al final de las escaleras vio que desembocaban en una amplia habitación. La canica luminiscente se había deshecho, ya que allí se filtraban algunos haces de luz a través de las grandes y pesadas vigas del techado.


Los siete entraron despacio en la sala y observaron su alrededor. La estancia se elevaba bajo un techo sostenido por grandes pilares de granito, fuertes y sencillos, y las paredes estaban directamente cavadas en la roca del terreno; acababan de descender bajo tierra. En una esquina, la roca de la pared se había derrumbado, derribando varios pilares y derramando un alud de rocas y tierra en un radio de tres metros; ahora todos los escombros estaban ya cubiertos con una espesa capa de polvo gris oscuro.


-Esto no me gusta -comentó Darjeeline- no he visto nunca un drow, pero sé que les gusta mucho estar bajo tierra.


-Yo sí los he visto -Kuive inspeccionó sombría la estancia, adelantándose un par de pasos, mientras susurraba- se esconden en las sombras, atacan por la espalda... son lo más ágil y rápido que he visto jamás... y son muy silenciosos, gracias a la magia... son letales.


Mientras decía esto, la hechicera vio algo por el rabillo del ojo, en la esquina de la sala. Su cuerpo actuó automáticamente antes de que su mente pudiera procesar qué había pasado exactamente. En décimas de segundo, la eladrin había pronunciado unas extrañas palabras en el idioma mágico y una nube de afiladas dagas se había materializado en la esquina, alrededor de una estatua que emitía una leve iridiscencia y, a un gesto de la maga, todas se clavaron en la roca como si fueran una, como si ésta fuera carne. Kuive sabía que, en cuestiones de drows, nada es nunca lo que parece. Las dagas desaparecieron y varios pedazos de la estatua cayeron al suelo.


Uno de los pedazos fue un brazo entero del extraño ser de otro mundo al que representaba la estatua y del hueco que dejó salió despedido un haz de luz amarilla, más intenso que el anterior.


-Cuidado -Darjeeline, con el símbolo de Mielikki bien sujeto en la mano, se acercó despacio hacia allí- tiene algo en el interior.


La clérigo comenzó a palpar la estatua con ambas manos, murmurando algo que sólo ella podía oír. De pronto dejó de hablar y sus manos rozaron un resorte; al accionarlo sin querer, la estatua comenzó a temblar. Darjeeline dio un salto hacia atrás, alejándose al tiempo que levantaba su guadaña sobre ella, para protegerse. Sin embargo, la estatua –o lo que quedaba de ella- lo único que hizo fue retroceder sobre su peana arrastrada por unas clavijas y unas poleas y dejar al descubierto una gran palanca que se alzaba del suelo.


-Creo que es para esto –murmuró el enano que se había acercado a la puerta- no tiene ningún tipo de manilla ni nada que se pueda accionar; su superficie es completamente lisa, no se puede empujar ni tirar de ella y, sin embargo, tiene bisagras que la abren hacia dentro. La palanca debe de ser para eso, pero no sé si será buena idea abrirla.


-No hay otro camino, ¿no? –preguntó a su vez Darjeeline.


-No –Tuän saltó de las ruinas; había estado inspeccionando toda la sala- es todo pura piedra, no hay nada más, o volvemos por la escalera y salimos… o seguimos por ahí… déjame ver.


La semielfa se apartó dejando paso al mediano, pícaro por profesión, acostumbrado a accionar trampas y salir airoso o, si era posible, a esquivarlas desde el principio. Comenzó a examinar la palanca y no encontró nada sospechoso, sin embargo, aún se encontraba receloso cuando acercó la mano para accionarla. La movió con la rapidez del rayo y se separó rápidamente de ella, sin embargo, no fue lo suficientemente rápido. Un gas verdoso y espeso salió de un agujero milimétrico, completamente imperceptible, y le rozó la muñeca y la mano derechas. Tuän gritó, más del susto que del dolor, pero su expresión se tornó gravemente seria cuando observó que, al punto, la carne donde el gas le había rozado se le comenzó a ennegrecer hasta más arriba de la muñeca y allí se enlenteció su avance.


-¡No puedo mover la mano!


-Déjame ver –la hechicera se acercó rápidamente y observó la mano mientras Tuän la volteaba, sin tocarla- no es grave, sólo se te inmovilizarán los músculos y los nervios hasta donde se te ha renegrecido; pero va a ir avanzando, aunque muy lentamente. Debes tener cuidado porque no sientes dolor, si te hieren la mano y no te das cuenta, perderás mucha sangre, tienes que estar pendiente. No puedo curarte ahora mismo porque necesitaría tiempo para realizar la poción necesaria… además de un fuego bien grande y un caldero…


Miró significativamente a la clérigo de Mielikki.


-Creo que puedo hacer que no se extienda más, pero para curarte completamente tendría que realizar un ritual complicado… y ahora no hay tiempo –dijo ésta al momento, acercándose.


Comenzó a murmurar palabras en el idioma celestial, sujetando con fuerza el símbolo que colgaba de su cuello, concentrada. Al punto, un haz de luz blanca se derramó entre sus dedos y se enroscó alrededor del brazo del pícaro, justo por encima de la zona afectada, deteniendo la lenta pero inexorable ascensión del veneno.


-Ya está –Darjeeline había creado un círculo completo, como un tatuaje del blanco más puro- pero deberías inmovilizarlo para que no te lo hirieras sin querer.


-Chicos… -la eladrin se había dado la vuelta y había observado lo mismo que todos los demás.


Las puertas, antes completamente selladas, se habían abierto de par en par, dando paso a un corredor muy estrecho y apenas iluminado.


-Seguidme –el dracónido se adelantó abriendo camino, acompañado por el mediano que observaba suspicaz, atento a cualquier tipo de trampa o truco. Kuive y Darjeeline iban tras ellos, la primera con varios hechizos de ataque y defensa rondando por su cabeza, la segunda con la guadaña envainada y preparando plegarias poderosas.


En ese momento Tuän se detuvo.


-Noto algo…


-…¡shikar! –sin darle tiempo a terminar la frase, la eladrin alzó una mano y, con un chasquido, hizo aparecer una columna de fuego surgida del suelo, a menos de un par de pasos delante del mediano.


Entonces un gritó rompió el tenso silencio y las llamas iluminaron a un drow que retrocedió torpemente tratando de apagar las llamas que lo envolvían y lo abrasaban. Al mismo tiempo, otro apareció justo delante de Axxis, que sonrió, y uno más un poco más allá, en el pasillo. Tuän desenvainó su daga, más rápido de reflejos que el drow quemado y en un segundo saltó sobre él y con un artero floreo del filo que empuñaba, lo remató.


El drow que había aparecido frente a Axxis enarbolando una espada larga, no comprendió exactamente por qué éste sonreía y aquella décima de segundo fue suficiente para que el dracónido, a pesar de lo estrecho del pasillo, maniobrara rápidamente y le aplastara la cabeza contra la pared con la pesada maza, tiñendo la lisa superficie de un rojo muy oscuro.


Mientras tanto, Tuän se había adelantado y se empezaba a encontrar en una situación bastante peliaguda ya que, con su daga, apenas era capaz de evitar que el drow que quedaba, armado con dos cimitarras, lo matase. Más aún si se tiene en cuenta que enarbolaba su arma con la mano izquierda. Darjeeline, viendo que la situación se hacía desesperada, completó una plegaria y le gritó al mediano que se apartara al tiempo que una lanza de luz blanca salía disparada de su mano. Tuän apenas oyó el grito, pero una acuciante sensación le hizo fijarse en lo que veía por el rabillo del ojo y, de una ágil pirueta, se apartó de la trayectoria de la lanza en el último segundo. La lanza impactó en el pecho del drow y lo lanzó disparado hacia atrás, aturdido. Sin embargo, aún no estaba muerto. Axxis se acercó, con una expresión feroz en su mirada y trató de rematarlo antes de que se recuperara, pero el corredor se estrechaba aún más en aquel tramo y no le fue fácil manejar su enorme maza. El drow, con ventaja, lo esquivó y se colocó a su espalda, dispuesto a asestarle un golpe mortal entre las placas del cuello de su sólida armadura, pero su expresión de cruel sadismo se tornó en una de horror cuando se dio cuenta de que acababa de ser envuelto en una ardiente columna de fuego, que devoró su cuerpo en apenas unos segundos. Había olvidado en la euforia del momento a Kuive que aún mantenía la mano levantada y la expresión agitada cuando las llamas se deshicieron dejando un montón de cenizas en el suelo.


Grimnir y Adara lo habían visto todo desde atrás; el corredor era tan estrecho que, al entrar los últimos y tener armas que sólo se podían usar en combates cuerpo a cuerpo, no habían podido participar en la batalla. Sin embargo, ésta se había desarrollado ante sus ojos en apenas unos segundos. Grimnir se adelantó, admirado, a darle la enhorabuena a Axxis mientras que Adara, mirando a Kuive con una expresión indescifrable en el rostro, pasó a ver si Tuän estaba herido de gravedad, pero Darjeeline ya se estaba ocupando de sus heridas, todas cortes menores.


-Hemos salido airosos de milagro –comenzó a decir Kuive- porque no nos han pillado por sorpresa…
-...de todas formas -completó Darjeeline los pensamientos de la elfa- los drow no suelen ser tan fáciles de batir…

-La próxima vez estarán preparados para un grupo tan extraño como nosotros -expresó Axxis- … no os confiéis. Este combate sólo ha sido de prueba.

-Para medir nuestras habilidades -reiteró Kuive.


Todos entendían lo qeu implicaban las palabras de la eladrin. Aunque habían vencido, no les había sido fácil y, además, ya no contaban con el factor sorpresa.

Con expresiones acordes a la gravedad de la situación, con Axxis y Tuän a la cabeza y Grimnir y Kuive cerrando la marcha y vigilando la retaguardia, el grupo se internó en el corredor, en la fortaleza de los drows, en la más completa oscuridad.



Kuive, vigilante.

escrito por Lore.

Los recuerdos que tengo me dicen que aquellos días siempre fueron felices. Montolio me sacó de mi estado de inconsciencia consciente, de mi posición jerárquica en el bosque, entre las bestias. Montolio me llevó a su huerto, vallado de troncos y lleno de animales. Conocí al oso gruñón de las cavernas y al búho que hacía las veces de mirada del humano vigilante. Aprendí a manejar armas, las preferidas por los vigilantes, me enseñaron que creer en algo, en una deidad, no es ofrecerle mi vida entera a ese ente supranatural, sino actuar en consecuencia con mis propios principios morales, arraigados, y el seguir a una diosa como la que yo seguía, Mielikki, era simplemente darles un nombre a mis principios. Aprendí todo lo que había desaprendido cuando me convertí en un animalillo salvaje. Volví a aprender a leer, a escribir, a hablar. Montolio fue mi salvación, me convirtió en Vigilante, me devolvió a la vida, me hizo renacer.

Pero lo más importante de todo es lo que me hizo no olvidar nunca.

Recuerdo un día, una semana antes de irme de aquel lugar. Estábamos paseando por el huerto y el bosque circundante, tratando de encontrar a una cervatilla que estaba a punto de dar a luz y que sabíamos que tendría problemas porque era demasiado pequeña y, por el tamaño de su tripa, iba a tener gemelos. Recuerdo que no dábamos con ella, era demasiado huidiza y temerosa. Sin embargo, aquel día no fue infructuoso. Montolio me contó mi futuro.

-Ya llevas aquí casi medio año... -musitó para sí, casi como si fuera el viento que en aquel momento mecía las hojas de los árboles- ... yo ya no puedo enseñarte mucho más de lo que te he hecho aprender hasta este momento.

Entonces sí que me miró directamente a mí con sus ojos que no veían. Se detuvo en seco y, por primera vez, una hoja crujió levemente bajo sus pies.

-Te voy a echar de menos.

-¿Por qué? -pregunté yo, intuyendo que ya me quedaba poco tiempo en aquel huerto- ¿tengo que irme?

-No tienes que hacerlo -sonrió él- pero deberías. Van a pasar por aquí unos amigos míos, unos eladrines. Son parientes tuyos, muy cercanos. He hablado con ellos y estarían encantados de llevarte para cuidarte hasta que tengas edad de irte tú sola a recorrer mundo. Con ellos podrías aprender muchas más cosas que quedándote aquí el resto de tu vida.

-Pero tú me enseñas muchas cosas, ¡me salvaste la vida! -me desesperé agitando ante él el cascabel con la larga trenza de hilo que llevaba atada a un brazo con miles de vueltas. La trenza que, poco a poco, hilada a hilada, me había sacado de mi oscuro mundo de niebla y fuego y me había abierto los ojos al nuevo y soleado día que se descubría ante mí una bonita mañana de otoño- no me puedes echar hora...

-Pues lo voy a hacer -su expresión, dura mientras había dicho aquella frase, se suavizó en una ancha sonrisa cuando añadió- eres un pájaro libre y has de volar algún día. Medio año para ti es muy poco tiempo, pero tienes muchísima vida por delante, y a mí ya no me queda tanta -su hirsuto bigote se dilató más todavía cuando ensanchó su blanca sonrisa en una jovial expresión- tienes mucho camino por recorrer, muchas tierras por descubrir y muchas vidas a las que ayudar en nombre de tus principios, en nombre de Mielikki, en mi nombre.

Me quedé pensativa unos segundos. Me negaba a aceptar que todo el hogar que yo conocía fuera a quedar relegado a un mero recuerdo en mi mente en tan sólo seis meses. Me negaba en rotundo.

-Pero... tú...

-Yo he hecho lo más bonito que se puede hacer -me interrumpió- y tú me has dejado hacer lo más hermoso que se puede dejar hacer, ¿recuerdas? Yo te di tu nombre.



Sí, claro que lo recordaba. Recordaba ir de la mano de Montolio, siguiéndolo sin saber muy bien qué hacía. Recuerdo que me llevó a un río y que me quitó de encima toda la suciedad acumulada en casi cuatro años de vagabundeo y, con ella, todas mis dudas y tribulaciones. Recuerdo que, cuando mi cabeza emergió por tercera vez de las cristalinas aguas, entendía las cosas mejor y las veía con más ánimos. Recuerdo que allí mismo me cortó las greñas, y me dejó una media melena casi decente. Cuál no fue mi sorpresa cuando, debajo de la mugre acumulada, mi pelo apareció rubio. Lo recuerdo sujetándome el brazo con delicadeza, con una ternura paternal, y frotando para que se fuera hasta la última mota de polvo de mi piel. Estaba mucho más lúcida, pero sin embargo, seguía metida en un extraño trance del que me costaría salir. Era como si una persona hubiera dormido tantos años seguidos que le costara demasiado desperezarse; como si viviera al otro lado de una extraña membrana semivelada que me aislara del resto del mundo. No iba a ser fácil salir de ahí. En aquel momento era una criatura indefensa en un limbo, a medio camino entre bestial y domesticada. Aquel era mi estado en esos momentos. Recuerdo que me sacó del agua y me puso ropas limpias Recuerdo haberme encontrado de pronto en una habitación de paredes de madera, con el fuego del hogar -aunque yo aún no recordaba que se llamaba así- crepitando a mi lado y embotando aún más mis sentidos. Recuerdo haberme tomado de forma voraz un caldo caliente y haberme sorprendido por ello. Después no sé muy bien en qué momento mi extraño duermevela pasó de realidad a sueño.



La siguiente escena que recuerdo es un techado de madera y paja, por el que se filtraban pequeñas gotas de agua que iban a parar a una lona impermeable; gotas que yo podía ver al trasluz al otro lado de la lona. Los vientos agitaban la pequeña cabaña donde nos hallábamos. Recuerdo el calor de las mantas, la suavidad de la almohada que había bajo mi cabeza. Cuando mis ojos enfocaron, pude ver el bigote del hombre que se inclinaba expectante sobre mí. El hombre que me intentaba salvar. Noté algo frío en el brazo, tenía atado el cascabel que yo misma había trenzado con las cuerdas que él me dejó un día. Las cuerdas que fueron la clave para que mi mente no estuviera del todo perdida en una vorágine roja y negra.

-Kuive, akha kuvioun… -susurró el hombre en un idioma aún incomprensible para mí. Un idioma que, sin embargo, levantó una nota de nostalgia y distancia en mi interior, un inaudible susurro de pérdida en mi corazón.

-¿C…c…? –traté de articular alguna palabra, pero no pude. Mis ojos hablaron por mí.

-Kuive, al fin has despertado –repitió el hombre en un idioma que sí entendí… más o menos. Aquel hombre me había estado hablando en sueños. Había estado contándome historias mientras dormía en lengua común, la más fácil de aprender, innata para la mayoría de los seres, por eso entendía parte de sus palabras.

-¿Ku…kuive? –ésa era la única que no había entendido.

-Es tu lengua natal, pequeña… -respondió el hombre-. No sé cómo te llamabas antes, y probablemente tú tampoco te acuerdes… pero has estado dormida mucho tiempo y ahora, al fin, has vuelto a la vida, has renacido, has despertado… ése será tu nombre en adelante, Kuive, el despertar.

No había entendido todas las palabras. Pero sí el sentido de la frase. Kuive me gustaba, lo consideraba apropiado. A partir de entonces Montolio ocuparía un lugar especial en mi corazón. Él me había hecho renacer, me había hecho despertar.



Me llamo Kuive y aquí despierta mi historia.

Darjeeline, el alma del bosque

escrito por Pilar.

Me encanta escuchar el silencio. Levantarme temprano en otoño y subir a la montaña cuando el sol empieza a asomar. Tumbarme para contemplar el cielo, los primeros rayos sobre el mundo. La inmensidad de la naturaleza. Pero ahora casi no hay tiempo para eso. Toda relación con la naturaleza se ha olvidado. Por eso yo trato de recorrer el mundo intentando cambiarlo.


Cuando era pequeña siempre era diferente, una semi-humana, en un mundo de elfos; una semi-elfa en un mundo de hombres. Fui criada entre elfos, sin embargo, no pertenecía a ese lugar. Ni a ese, ni a ningún otro. Nunca recibí amor, cariño, o un simple halago.


Desde que nací, fui instruida en el arte, la cultura y naturaleza. Cuando era pequeña, y mis maestros se irritaban por la lentitud de mi aprendizaje, huía al bosque para encontrar un lugar donde nadie me juzgase, un lugar donde empezar a encontrarme a mí misma. El bosque era mi escondite, mi refugio. Pero un día fue algo más. Después de horas de caminar, el bosque comenzó a llevarme por sendas desconocidas, atravesé ríos que no creí que existiesen y conocí criaturas que no creí poder encontrar… y, de pronto, llegue al claro.


Estaba lleno de todo tipo de seres de diferentes clases y razas, todos ellos se encontraban en un estado de inconsciencia, salvo uno. Era un humano y estaba sirviendo a una dríade. Yo caminé a través de ellos, no sabía quiénes eran, ni a quien adoraban. Mi familia era fiel seguidora de Correllon, pero yo nunca sentí su poder o su llamada. Pero allí, sin embargo, sentía algo. No sabía explicarlo, ni siquiera ahora puedo expresarlo con palabras, pero allí pude encontrar aquello que necesitaba; amor. En silencio, comencé a seguir a aquel humano. Éste no dejaba de realizar pequeñas tareas para la dríade, que -al observar el color y forma de su piel- descubrí que debía de ser una hamadríade de un almendro. Al llegar el atardecer la dríade y el humano volvieron a su posición en el círculo. En ese momento, todos despertaron, hicieron varias plegarias y se marcharon, todos menos el humano y la dríade. Éste cogió algo de su capa y se lo entrego a la hamadríade, quien, sin perder un segundo, vino rápidamente hacia mí. Me abrazo y me entrego aquello que pertenecía al humano, quien había desaparecido. Era el símbolo de la que a partir de ese momento sería mi diosa, Mielikki. Nada más tocarlo un gran destello de luz nos rodeó a la dríade y a mí. Durante unos minutos no puede ver nada, la luz había desaparecido y con ello mi visión. No sé cuánto tiempo estuve ciega, pero durante todo ese tiempo puede sentir con más intensidad el bosque. Poco a poco recuperé la vista, pero algo ya había cambiado, mis ojos antaño castaños, ahora eran verdes, de ese verde que sólo puedes ver en lo más profundo de los bosques.


Cuando me miras hay un instante en que lo ves, ves aquello que todos han olvidado, ves la naturaleza que ahora dejas de lado. Mis familiares dicen que mi poder, el poder de mi diosa, obra a partir de mis ojos. Que la forma de llegar a la gente, de servir a mi diosa, es a través de ellos, pero no logro conectar con el resto del mundo. Sé que falta algo.


Ese algo, es lo que yo Darjeeline, clériga de Mielikki, estoy buscando. Y sé que ella me llevará hasta el final de mi camino.