"This huge, twisted trunk is the highest of all the vallenwoods in the Valley". Within it stories are told, within it tales are lived, he is witness of lots of adventures, because within it lives the magic ...

This is a magical world ...
where castles rises above clouds seas ...
and dreams walk calmly down the street ...
where every one can be that heroe who dreamed of one day ...
and
if they turn back, they see their wishes fulfilled ...
You´ve got a big heart, keep it filled with
happiness, Lord of the Shadows, so you can live more an live forever inside a
heart, inside yours, inside mine...


Every now and then we come across bands who find inspiration for their music in Dragonlance, most often from Raistlin who is unquestionably the saga's favourite character.

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jueves, 4 de noviembre de 2010

Adara, sangre de su sangre.

escrito por Irene.

En mitad de la noche, Elhidrian se despertó por los gritos. Salió rápidamente de su cabaña. El tejado de ésta estaba ardiendo. El poblado entero estaba ardiendo. Volvió a entrar, únicamente para coger su báculo. Elhidrian era el hechicero más poderoso de los alrededores. El fuego iluminaba la noche de una forma sucia, pero pudo distinguir a los humanos. Estaban entrando en las cabañas, prendiendo fuego, asesinando a todo elfo, hombre, mujer o niño que saliera huyendo de las llamas. Los habían atacado por sorpresa, ellos estaban indefensos y por algún motivo, esos humanos lo sabían.







Elhidrian vivía solo desde hacía años, se había encerrado en su cabaña. Las amables elfas del poblado le traían a menudo alimentos, medicamentos e ingredientes para sus pócimas. Trataban de consolarle. Pero él quería estar solo.






Esa noche decidió luchar por su pueblo y enfurecido empezó a golpear a todo humano que se cruzaba. Entonces, las llamas llegaron a las montañas; Elhidrian se percató y siguió con la mirada su curso. Y fue cuando la vio. Era su hija. Hacía años que había desaparecido cuando jugaba en el bosque. Esa era una de las razones por las que se había encerrado. No fueron capaces de encontrarla y su dolor le consumía.






Sin dejar de mirar a su dulce niña, corrió más rápido que el viento para salvarla de las llamas y abrazarla tanto como había deseado durante todos esos años. Se acercaba más y más, llorando de felicidad. La pequeña, que ya no lo era tanto, pues llevaba cerca de cinco años desaparecida, se percató de que el elfo se aproximaba hacia ella. Corrió hacia él, llorando también. Cuando estaban a escasos metros, Elhidrian vio algo para lo que no estaba preparado: su hija desenvainó una vieja cimitarra, saltó mientras gritaba maldiciendo a los elfos y le hirió en el pecho. El elfo cayó al suelo de espaldas, atónito ante lo que acababa de suceder. La pequeña semielfa, sangre de su sangre, se aproximó y le clavó la cimitarra rozando su corazón. Tras ello, retrocedió unos pasos, llorando de rabia.


- Asesinos… Vosotros matasteis a mi padre, ahora yo he acabado con todos… - dijo temblorosa la niña, aunque sin perder la firmeza.


- Mi pequeña… tú has matado a… tu… - Elhidrian fue perdiendo fuerza y su hija no escuchó que dijo “padre”, pero se pudo ver en su mirada la decepción y la incomprensión que sentía en aquel momento.


- ¡Calla! ¡¡Cállate, sucio elfo!! – gritó la niña, y puso la punta de su cimitarra en el cuello del elfo.






Elhidrian entonces, con las pocas fuerzas que le quedaban, dio una patada a su hija para derribarla, y cogió su báculo. Apuntó con él a la pequeña.


- ¡Adara, hija de Elhidrian y Amitria, eres una deshonra! ¡Ahora desaparece, desaparece para siempre! Adara, por qué… - sin apenas fuerzas, Elhidrian comenzó con el conjuro y el báculo empezó a brillar. Adara casi no podía moverse, sentía mucho dolor. Ella tenía que morir. Sin embargo, la confusión y el enfrentamiento de sentimientos de Elhidrian le jugaron una mala pasada y algo no salió bien. Adara tenía que morir, pero comenzó a desaparecer. Cuando el báculo cayó de la mano sin vida de Elhidrian, Adara había desaparecido, tal y como su padre conjuró. Pronto aparecería en otro lugar, pues su destino no era otro que desaparecer de los ojos de su padre, que ni una noche dejó de rezar para que su pequeña volviera.