"This huge, twisted trunk is the highest of all the vallenwoods in the Valley". Within it stories are told, within it tales are lived, he is witness of lots of adventures, because within it lives the magic ...

This is a magical world ...
where castles rises above clouds seas ...
and dreams walk calmly down the street ...
where every one can be that heroe who dreamed of one day ...
and
if they turn back, they see their wishes fulfilled ...
You´ve got a big heart, keep it filled with
happiness, Lord of the Shadows, so you can live more an live forever inside a
heart, inside yours, inside mine...


Every now and then we come across bands who find inspiration for their music in Dragonlance, most often from Raistlin who is unquestionably the saga's favourite character.

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jueves, 23 de septiembre de 2010

Kuive, la elfa nómada.

    
escrito por Lore. 

     Reinos Olvidados. La Superficie, cerca de una de las entradas a la temible Antípoda Oscura.
     Aquella familia, aquella comunidad tenía un campamento al pie de las cordilleras, en un pequeño bosquecillo en la ladera de la última de las montañas. Allí se habían apostado durante muchos años, siempre en la misma época y allí había ido siempre todo bien. El lugar era por el día un sitio hermoso, lleno de animales correteando alrededor, cantos de pájaros y bellas aves exóticas y luz, mucha luz. Por la noche, la oscuridad reinaba en el interior de las frondosas copas de los árboles. En ese bosquecillo, las luminosas estrellas no se apreciaban apenas a través de las grandes hojas, más que merced a un débil trasluz que se filtraba en tonos reverdecidos. Salvo en su claro. En su claro, el claro de los ritos y de las invocaciones, el claro de los días de agradecimiento a los dioses tenía la forma de un círculo perfecto y, sobre él, la gran bóveda celeste se alzaba cual inmenso techado plagado de diamantes. La luna, en los días en que salía, siempre pasaba, en algún momento de su trayectoria, justo por encima de aquel claro. Sin embargo, aquella noche no estaba. La luna era nueva.
     Los elfos salvajes se habían sentado todos de la mano, en los bordes del claro, reproduciendo ligeramente más pequeño el círculo. Todos, mayores y pequeños, hombres y mujeres, niños y niñas, ancianos y ancianas, todos participaban con ilusión y alegría de aquel gran rito celeste. Las voces de los varones comenzaron a sonar, agudas, suaves, armoniosas, recitando las palabras y los versos de las canciones que daban gracias al cielo y a las estrellas por todo lo bueno que habían recibido de la naturaleza durante ese breve período de tiempo; eran nómadas, así que al día siguiente volverían a levantar el campamento y seguirían su rumbo, cíclico, estacional. Las mujeres, a mitad de la canción, comenzaron a hacerse eco de las voces de los hombres en un susurrado canon, de tono más grave, más sereno. La música invadió los oídos de todos los animales del bosque y los despertó. Avivó las llamas de los corazones de cada uno de ellos y revitalizó a los árboles y a las plantas. Una estrella fugaz cruzó el cielo sobre ellos. Luego otra, y otra más, una lluvia de estrellas pasó volando sobre el grupo de elfos reunido allí aquella noche.

     Entonces ocurrió.
     Una de las voces calló de pronto, entre un sonoro gorgoteo. Los demás elfos se silenciaron en el acto, roto ya el hechizo. Los árboles y los animales durmieron de nuevo. Las estrellas dejaron de cruzar la aterciopelada bóveda.
     Y en unas décimas de segundo reinó el caos.

     Los elfos corrían de un lado para otro, sin saber qué hacer o hacia dónde huir. Los encapuchados les cerraban el paso en todas direcciones y habían aparecido de la nada. Iban armados, muy armados, al contrario que ellos que no llevaban nada. Entonces uno se desembozó al tiempo que gritaba una orden en un idioma inconfundible, un idioma que sonaba ladino y cruel. Su piel negra, su pelo blanquecino y sus ojos brillando rojos en la oscuridad confirmaron los temores de todos aquellos allí reunidos; una única palabra resonó en las mentes de todos los elfos nómadas, ya condenados: drow.
     Ella apenas sí había llegado a los seis años. Corrió buscando a su madre, la única persona que le quedaba en el mundo. Corrió de un lado para otro, esquivando mandobles y hachazos y saltando pesadas mazas y cadenas. Entonces la vio. Allí estaba, inmóvil, con el vientre hendido por la espada de un drow que la dejó caer al suelo acto seguido, a los pies de otro. Muerta. La sangre y el dolor cegaron sus ojos y ella corrió en su dirección. Poco le importaba ya que sobre ella se irguiera otro drow con una cimitarra limpia y brillante en cada mano, poco le importaba que cualquier otro pudiera llegar y hacer con ella lo mismo que habían hecho con su madre. Poco le importaba nada en aquellos desoladores momentos. Arrodillada, sollozando, con la cabeza de su madre entre los brazos, la muchacha alzó la mirada.
     Aquel drow, el de las dos cimitarras aún limpias, tenía los ojos color violeta. La muchacha lo observó directamente, con la mirada anegada en lágrimas. Clavó sus ojos en los de él y le suplicó clemencia; le suplicó que acabara todo, que los dejaran en paz, le suplicó que se marcharan. Por un momento, un brillo extraño cruzó el violeta, un brillo de duda.
     Pero en aquel preciso instante, el drow que había dado la orden de atacar gritó algo, la niña elfa lo vio levantando el puño y entonces el elfo oscuro que se mantenía en pie sobre ella levantó una de sus cimitarras. Al fin, la limpia hoja probaría sangre fresca, la niña elfa sabía que sería su sangre la primera que mancharía aquella pulida superficie. Sabía que la mataría. Sin embargo, no dejó de mirarlo a los ojos, no bajó su mirada verde, brillante por el fulgor de las saladas lágrimas. El otro elfo oscuro volvió a gritar y entonces, la elfa, en los ojos del drow sólo encontró determinación.

     La cimitarra descendió, veloz como un relámpago.

     La diestra del elfo oscuro agarró a la muchacha y la tumbó en el suelo, junto a su madre, a la velocidad de las sombras, mientras que la cimitarra de la mano zurda descendía vertiginosamente y se clavaba bien profundo en la tierra, apenas a medio centímetro del costado de la niña. El elfo oscuro gritó mientras realizaba este movimiento, descargando toda su rabia y su ira contra la arena. Levantó el puño y el otro drow también lo hizo, complacido, sin embargo, no dejó de observar la escena que creía carnicería. El joven de las cimitarras sacó su arma de donde estaba y con absoluta maestría comenzó a blandir ambas espadas desgarrando la túnica de la niña elfa, haciéndola jirones sin rozar en lo más mínimo la nívea piel de la pequeña criatura. Entonces, sólo entonces, el otro elfo se dio la vuelta, satisfecho.
     Confiando en que ella no se moviera, el drow de ojos lilas se agachó en el momento en que nadie miraba y manchó la espalda y la túnica rota de la niña elfa con la sangre de la madre muerta en el suelo.

     Para ella fue una tortura; tuvo que mantenerse en la misma posición una eternidad, deseando no llorar, tratando de no convulsionarse con los sollozos, a pocos centímetros de su madre muerta, a pocos pasos de una masacre, a pocos metros de un grupo de enorgullecidos drows que se jactaban de haber acabado con todos los elfos nómadas desarmados sin una sola baja. El tiempo se hizo entonces eterno. La niña elfa no podía más y, finalmente, comenzó a llorar en silencio. Sus hombros se movían de vez en cuando, involuntariamente, a pesar de los denodados esfuerzos que ella hacía por mantenerse inmóvil.
     Entonces, eones después, la patrulla de drows comenzó a marcharse. La niña se atrevió a levantar ligeramente la cara, sucia de polvo y lágrimas, y observó los últimos pasos de los elfos oscuros fuera del claro.
     El último en salir fue él, cerrando la comitiva para que nadie pudiera darse cuenta del engaño; justo antes de desaparecer en la oscuridad, la niña elfa pudo ver una última mirada de aquellos ojos violetas.

     Sólo quedaba ella.

     En el claro ya no había vida, ya no había un alma.
     La pequeña aguantó unos minutos más en la misma posición, por si acaso. Después se levantó. No necesitaba comprobar nada. Eran drows sus atacantes. No quedaba nadie con vida. Se dio la vuelta y comenzó a caminar por el bosque, casi como una autómata. No tenía tiempo que perder, sabía que, a poca distancia hacia el sur, a las afueras de Coldwood, había una pequeña aldea humana, Maldobar. Quizá allí pudiera encontrar un alma caritativa que se compadeciera de ella y la ayudara a dar a todos sus compañeros y a su familia, a su madre, un buen funeral y un buen entierro, de vuelta a la madre naturaleza.
     Salió del bosque a un estrecho sendero. Poco más adelante encontró una señalización en una bifurcación, a un lado: “granja de los Thisteldown”. La niña elfa giró y guió sus pasos hacia la pequeña columna de humo que se observaba un poco más adelante, saliendo de una chimenea.
     La última mirada del extraño drow, diferente a los demás, nunca se le borraría de la mente; aquellos ojos… “Lo siento”, decían.

     Me llamo Kuive y aquí comienza mi historia.

Dragones y Mazmorras

Pues sí, Dragones y Mazmorras.
Y es que mi novio, unos amigos y yo hemos decidido comenzar a jugar a Dragones y Mazmorras. Así que aprovecho y El Último Hogar se va a convertir en la mesa junto al fuego que pretendía ser en un principio para ir relatando las historias de estos nobles personajes en sus andanzas por el mundo.
Poco a poco iré colocando en la etiqueta de Dragones y Mazmorras todas las historias que os contemos entre los cinco a medida que nuestras aventuras toman forma.

martes, 7 de septiembre de 2010

Soledad...

No me gusta la soledad.
No me gusta, me gusta estar gon gente, con gente a la que quiero, con la Dama de los Mares, con el Señor de las Sombras... sobretodo...
No me gusta la soledad, los días pasan largos y lentos, las horas como si fueran eternidades... en cambio en compañía, en buena compañía, los días pasan como si fueran minutos, como hoy... gracias^^

Hoy he mirado por la ventana, después de que lloviera; he mirado por la ventana y he visto un cielo azul celeste, con nubes bajas, sobre los cerros lejanos; nibes blancas, cuyos bordes brillaban con el reflejo del sol y cuyos interiores se me aparecían blandos, suaves y aterciopelados como el algodón...
Hoy, las nubes, el cielo y el sol sabían que soy feliz.
Vuelvo a serlo de nuevo.
Soy más feliz que nunca, de nuevo... por fin.
Así que aquí estoy, sin querer largarme a dormir, pero sin saber qué hacer. Me siento extraña por dentro, quiero escribir, quiero dibujar, quiero hacer tantas cosas... y, sin embargo, no me da tiempo a nada, o no me decido a nada... aquí estoy, perdiendo el tiemo frente a una pantalla...
Pero hoy ha sido un bonito día después de todo. Así que, nada importa.
Soy feliz.

Homenaje


Mi homenaje al mejor mago que ha existido y existirá jamás
el Amo del Pasado y del Presente
el gran Maestro de la Torre de Palanthas
Raistlin Majere

domingo, 5 de septiembre de 2010

Traición

"Traición" declaró Drizzt por tercera vez.
"Traición" repetí yo desanimada...
"Traición" murmuró la fría adamantita que había atravesado el corazón.
"Por qué"  se preguntó el drow, elaborando una pregunta que no esperaba respuesta "por qué la sociedad en la que he nacido es así... por qué clavan dagas por la espalda a quienes dicen ser sus amigos.. por qué".
"Por egoísmo, por odio... por ignorancia... no lo sé, Drizzt" murmuré al joven elfo oscuro de ojos lila, sentada a su lado "no lo sé".
"¿Cómo es eso? ¿Qué odian? ¿Qué ignoran? ¿Qué ambicionan?".
"No lo sé, Drizzt..." repetí yo desanimada "no lo sé".
Frente a nosotros una gran batalla se estaba librando... una gran batalla en la lúgubre oscuridad de Menzoberranzan. Una batalla a la que nosotros no estábamos invitados. La batalla no se veía, no sonaba, no se podía sentir... y sin embargo, estaba ahí. Elfos matándose unos a otros por la espalda, drows empuñando dagas contra sus propios hermanos... eso era nuestra sociedad, eso era la sociedad drow...
"Traición... Por qué" volvió a preguntar el joven drow casi automáticamente mientras nos alejábamos de la gran urbe de la Antípoda Oscura. Buscando luz, ansiando un nuevo amanecer, una caricia de los rayos del sol, un canto de pájaro; unas finas lágrimas huyeron de nuestros ojos, prófugas, escondidas a la vista de nadie más...
"No lo sé, Drizzt... no lo sé..."



Bueno, la verdad es que he escrito esto porque no sé muy bien cómo me siento en estos momentos... porque, la verdad, ni siquiera me gusta cómo está escrito... en fin, juzgad vosotros, ni siquiera me apetece dar explicaciones...
Por cierto, Drizzt, Menzoberranzan, la Antípoda Oscura y los drows son de R. A. Salvatore, de Reinos Olvidados.