"This huge, twisted trunk is the highest of all the vallenwoods in the Valley". Within it stories are told, within it tales are lived, he is witness of lots of adventures, because within it lives the magic ...

This is a magical world ...
where castles rises above clouds seas ...
and dreams walk calmly down the street ...
where every one can be that heroe who dreamed of one day ...
and
if they turn back, they see their wishes fulfilled ...
You´ve got a big heart, keep it filled with
happiness, Lord of the Shadows, so you can live more an live forever inside a
heart, inside yours, inside mine...


Every now and then we come across bands who find inspiration for their music in Dragonlance, most often from Raistlin who is unquestionably the saga's favourite character.

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lunes, 18 de octubre de 2010

El Dragón Tuerto.


resumen de batalla.

El Dragón Tuerto.
Ése era su destino. Bajo la incesante lluvia que no cesaba y a merced del cortante y gélido viento de aquel grisáceo otoño, una esbelta figura encapuchada cabalgaba veloz en dirección a la pequeña posada que, sabía, se encontraba al borde de aquel camino. Su capa, en otro tiempo turquesa, ahora negra y marrón por el barro y el polvo, ondeaba tras ella dándole un aura sobrenatural. La capucha iba bien calada sobre su cabeza y no asomaba ni un breve atisbo de sus rasgos bajo ella.
El fuerte percherón, más acostumbrado a llevar a su dama por escabrosas sendas de montaña que a correr a tal velocidad en los llanos, resoplaba fuertemente, tras la larga carrera que se estaba dando, sin embargo, no aminoró la marcha hasta llegar a las mismas puertas de la lúgubre posada, consciente de la urgencia de su viaje.
La joven figura bajó de un ágil salto de su negra montura y ésta se fue sola hasta las caballerizas, en la parte de atrás; ya conocía aquel lugar. La larga capa ondeó una vez más cuando la puerta de la posada se cerró tras ella.


Dentro de la posada había revuelo, pero no mucho; aquel lugar era refugio de viajeros, nómadas y trotamundos; un techo caliente para gente de muchas tierras que se aventuraba a hacer aquel camino tan largo, sobre todo a aquellas alturas del otoño. El posadero, un enano jubilado de larga barba blanca y pelo níveo, saludó a la recién llegada con un ademán de cabeza. Ésta se dirigió a él con paso firme, dejó un par de monedas de oro relucientes sobre la barra y le dijo algo al oído. Tras escuchar largo rato, el enano simplemente asintió con la cabeza y, acto seguido, le entregó una llave a la figura, que aún iba encapuchada. Ésta dio las gracias y subió las escaleras.


Desde la esquina más alejada de la puerta, una figura algo más alta y bastante más ancha observaba la escena. Se trataba de un dracónido, que había recorrido largas distancias a pie, últimamente, y había decidido que no le vendría mal un poco de descanso por una noche. Sus manos aferraban una gruesa jarra de madera de caoba en la que burbujeaba un líquido oscuro.


Sin embargo, éste no había sido el único en ver entrar a la visitante; extrañamente, habían coincidido en aquel lugar dos semielfos, al atardecer de aquel aciago día. Dos semielfas para ser más exactos; ambas, aunque sin hablar y manteniendo las distancias, se habían sentado cerca de la gran chimenea en la que chisporroteaba un vivo fuego para engañar a las congeladas mentes que allí había y que la gente es sintiera algo mejor con su calor.


Unas pocas personas más se congregaban allí. Tres tiflins, guerreros mercenarios sin trabajo por el momento, dos humanos, al parecer pareja, y varios medianos que, aunque no se conocían, enseguida se habían sentado cerca y habían comenzado a charlar animadamente entre ellos.
Una de las semielfas, vestida con una malla brillante y con una larga guadaña cruzada sobre las rodillas, alzó su vacía copa de cristal y el tabernero se acercó presto a rellenársela con el contenido de una trabjada jarra de arcilla, rojo claro.
En aquel momento la puerta se abrió de un golpe tal que rebotó contra las jambas y se cerró también de un portazo, a espaldas del que la había lanzado de esa manera. Todo el mundo dirigió rápidamente su mirada a donde debería haber estado la cara -o en su defecto, la capucha- del ser capaz de lanzar el tablero con tanta fuerza. Pero allí no había nada. Tuvieron que bajar un poco la mirada para descubrir la cara de un enfurecido mediano, de pelo castaño y con la barba recortada. El joven chorreaba por todas partes y llevaba en la mano una pipa de madera, apagada y goteando... probablemente el motivo de su enfado.
El mediano se dirigió hacia la barra, se sentó y pidió al tabernero una jarra de su mejor cerveza rubia; como le dijo al enano de blanca barba, aquellos días andaba cabreado con las pelirrojas y las morenas.
El mediano observó a su alrededor y su semblante se tornó poco a poco en el de siempre; los enfados solían pasársele rápido cuando veía más de dos mujeres en una sala, sobre todo si tenía incluso diversidad de razas. Se fijó en una de las semielfas, que llevaba una cota de plateada malla y un mandoble a su cintura, casi desproporcionado para el tamaño de la joven, pero el mediano sabía que muchas veces las apariencias engañan.

En ese momento, los medianos se levantaron y subieron a sus habitaciones a dormir.
La noche avanzó.
Entonces, una joven elfa, vestida con una s volátiles telas púrpura, de alta costura eladrin, bajó las escaleras. Se sentó en una esquina de la barra y le hizo una señal al tabernero. El enano, a pesar de su corta estatura, se hizo oír y anunció a la sala que tenía un mensaje que dar.
-Tengo un encargo que haceros, mis queridos huéspedes. La noche es ya cerrada y vuestro viaje mañana será duro así que os deberíais ir ya a descansar todos. Sin embargo, ha llegado a mis oídos el encargo de una misión, una misión para recuperar un objeto perdido, peligrosa y difícil. Por supuesto, con recompensa. Los que estéis interesados podéis quedaros un momento, el resto, marchad, las estrellas duermen y el gallo está a punto de cantar, habéis de descansar.
De muy buena gana, la pareja de humanos se levantó y dio las buenas noches al posadero; poco después lo hicieron los tres tiflins, tras haber apurado sus jarras. Sólo quedaron en la sala las dos semielfas, el dracónido y, por supuesto, el mediano. No hicieron ademán de moverse, no había cambiado nada en sus expresiones, salvo un brillo extraño en sus miradas que ahora se dirigían todas hacia el enano.
-Acercaos -musitó éste; lo obedecieron todos, incluida la elfa que se había mantenido en todo momento en una esquina de la taberna, aunque se miraba recelosos entre ellos- iré al grano: una hechicera ha perdido un báculo. Necesita gente para recuperarlo.
-¿De manos de quién? -intervino la semielfa del mandoble.
-De los drows -la elfa dio un paso al frente y miró directamente a la semielfa- me lo robaron.
-Eso es -continuó el enano- y os daré cincuenta piezas de oro a cada uno por recuperarlo; esa será vuestra recompensa.
-Un momento, un momento... ¿cincuenta? ¿por perseguir a unos drows u robarles algo? -preguntó el mediano con los ojos como platos.
-Eso he dicho.
-Espera, creo que no lo he oído bien, ¿estamos hablando de DROWS? ¿Los mismos drows de las historias? ¿los crueles, sanguinarios, seguidores de Lolth, drows? ¿estás de broma, no? Si son como cuentan las historias, cincuenta piezas no nos dan ni para empezar...
-Son mucho peores de lo que cuentan las historias... -la elfa se había colocado al lado del enano- pero yo acepto la misión -respondió sonriendo.
-Si son peores que en las historias -siguió el de la pipa, tozudo- entonces yo también acepto... pero como mínimo quiero ciento cincuenta piezas de oro.
Ante este comentario, el dracónido sonrió y las dos semielfas asintieron con la cabeza, conformes.
-No puedo daros más de setenta y cinco -regateó el enano.
-Ciento treinta -continuaba el mediano- y no acepto menos.
-Cien, y... -añadió el de la blanca barba, anticipándose a las protestas de los demás- hasta que llevéis a cabo vuestra misión con éxito tenéis pensión completa con todos los lujos en mi posada. No puedo ofrecer más.
-¿Con todos los lujos? -el mediano, simulando que se lo pensaba, miró a los demás presentes con un guiño de complicidad, para comprobar si estaban conformes- está bien, yo me apunto -terminó sonriendo.
-Yo también -dijo la semielfa que había hablado antes, sujetando inconscientemente la empuñadura de su espada.
-Y yo -concedió el dracónido con una voz grave y profunda- hace tiempo que no tengo algo de diversión.
Todos miraron a la otra semielfa; se trataba de una clérigo de Mielikki, a juzgar por el símbolo sagrado que colgaba brillante de su cuello. Se había levantado con la guadaña en una mano y la copa de rojizo vino en la otra. Pensativa, apuró las últimas gotas de su vaso de cristal, lo dejó en una mesa con gestos delicados y, parsimoniosamente, miró a todos los demás uno por uno, evaluando la gente con la que estaba a punto de aceptar aquella misión. Sonrió.