"This huge, twisted trunk is the highest of all the vallenwoods in the Valley". Within it stories are told, within it tales are lived, he is witness of lots of adventures, because within it lives the magic ...

This is a magical world ...
where castles rises above clouds seas ...
and dreams walk calmly down the street ...
where every one can be that heroe who dreamed of one day ...
and
if they turn back, they see their wishes fulfilled ...
You´ve got a big heart, keep it filled with
happiness, Lord of the Shadows, so you can live more an live forever inside a
heart, inside yours, inside mine...


Every now and then we come across bands who find inspiration for their music in Dragonlance, most often from Raistlin who is unquestionably the saga's favourite character.

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miércoles, 2 de febrero de 2011

Kuive, pensadora y durmiente.

escrito por Lore

"Tengo que escribir, tengo que escribir, tengo que escribir" pensaba mi mente en aquellos momentos "tengo que escribir... ¿qué tengo que escribir?... no lo recuerdo...".
Aquella mañana me levanté con la sensación de que había estado durmiedo durante varios días. Poco tiempo atrás, había sentido curiosodad por saber más cosas de mi familia, de mi linaje, de mis padres. Grinuviel me había contado lo que él sabía, pero por desgracia, no sabía demasiado o todo lo que sabía lo sabía gracias a rumores que, muchas veces, se contradecían entre sí.
Ninguno de los amigos de Grinuviel sabía mucho más que las habladurías de muchos años atrás, y los que lo sabían eran unas pocas personas de la corte en las que mi mentor no confiaba en absoluto; mucho menos para andas investigando las extrañas circunstancias de la muerte de mi familia, demasiado relacionadas con intrigas políticas de la corte.
Así que, allí me hallaba yo en aquellos momentos; había hecho un par de amigos: Tarai e Ilarah, eran gemelas, hijas de uno de los flamígeros más importantes de la ciudad, el ingeniero jefe de la corte de palacio. Luego estaba Ishemiret, era un muchacho delgaducho y demasiado alto y desgarbado, pero a pesar de todo, seguía siendo atractivo, aunque aún le faltaban unos años para cumplir los veinte. Pero el mejor de todos era Rhíat; era un muchacho de mi edad, caballerizo de Grinuviel, con el que había hecho buenas migas desde que llegué a su hogar. Tanto, que el jefe lo había hecho mi mayordomo personal.
Aquella mañana tuvo que levantarme agarrándome de los hombros y zarandeándome como a un saco. Cuando abrí los ojos, los párpados se me antojaron demasiado pesados, incluso le pregunté si me había puesto algo mientras dormía para pegármelos. Riendo, negó con la cabeza y se acercó a las ventanas para descorrer las pesadas cortinas, pero yo me adelanté. Las abrí y observé la hermosa ciudad de aquella gente que me había acogido, la ciudad, la gente, mi gente. Al fondo, a lo lejos, los acuareros trabajaban en la construcción de una nueva casa. Una casa que se estaba erigiendo a las afueras de la ciudad, una casa que me estaban ayudadon a construir los acuareros técnicos, mi casa.
Tras las pesadillas de las últimas noches, no había decidido marcharme, pero sí tener mi propio hogar. La casa de Grinuviel era perfecta, y muy bonita. Pero para mi gusto era demasiado grande, demasiadas habitaciones vacías, demasiada piedra fría. Quería mi propio espacio, un lugar donde poder refugiarme de todo y de todos, incluso de mí misma si fuera necesario. Quería algo pequeño, acogedor y más cerca del bosque.

-Es casi medio día -dijo Rhíat dándose la vuelta mientras yo me cambiaba- tenemos que ir a la biblioteca y después hay que prepararte para el baile.
Cuando se dio la vuelta, vio mi cara de decepción. Los bailes de la corte eran aburridos, ostentosos y demasiado largos. Era obligatorio bailar al menos con un par de éladrines y eso a mí no me hacía ninguna gracia. No me habría importado bailar con Rhíat, o incluso con Ishemiret si acaso, pero los estirados cortesanos eran pedantes, aburridos y tenían arritmia en los pies.
-No me mires así -me reprochó- a mí no me dejan ir... y aunque lo hicieran, no iría...
-Pues entonces, ¿por qué narices tengo que...?
-¿... ir tú? -terminó con voz irónica, como hacía siempre que sabía que tenía razón- porque alguien quiere verte por algo de tu familia, alguien te ha citado ahí para que no se sepa que os veis... recuerda que es un baile de máscaras.
-¿Y si es una trampa? - busqué a la desesperada una excusa para no ir, aunque la respuesta a aquello ya la conocía y sabía que no serviría de nada.
-Yo estaré vigilando bajo la ventana; por suerte es un piso bajo... además -el muchaho se acercó a una de mis vitrinas, más baja que la de la katana- por algo te forjé esto -terminó sonriendo.

"Esto" era un arma que de momento no tenía nombre. Se trataba de una especie de espada, con el filo parecido al de una katana pero tenía un mecanismo extraño; estaba hecha a la medida de mi muslo, de tal forma que, si la ataba bajo el vestido, no se me notaba y yo podía moverme con total naturalidad. No tenía punta, los dos expremos del filo eran exactamente iguales puesto que la empuñadura rodeaba la hoja y se deslizaba a través de ella de forma que cuando la tenía atada al muslo, se encontraba a mitad de ésta y cuando la sacaba, quedaba fija en un extremo. También podía usarla sin dejar la empuñadura fija en un extremo, pero aún no había aprendido a hacer eso bien. Rhíat me estaba forjando una segunda idéntica, pero aún no la había terminado, así que de momento sólo disponía de una.

Y así, aquella mañana nos fuimos ambos a la biblioteca, a la sección de "Archivo" donde se encontraban hasta los días más recientes de nuestra historia, para seguir indagando en una búsqueda que ahora también se había hecho suya. Más tarde iría al baile, pero allí ocurrieron cosas y eso ya es otra historia y se merece un capítulo aparte.

De momento, puedo decir que tras aquello estuve un paso más cerca de descubrir la verdad, por unos momentos...

Me llamo Kuive, y aquel día dio un giro a mi historia.