"This huge, twisted trunk is the highest of all the vallenwoods in the Valley". Within it stories are told, within it tales are lived, he is witness of lots of adventures, because within it lives the magic ...

This is a magical world ...
where castles rises above clouds seas ...
and dreams walk calmly down the street ...
where every one can be that heroe who dreamed of one day ...
and
if they turn back, they see their wishes fulfilled ...
You´ve got a big heart, keep it filled with
happiness, Lord of the Shadows, so you can live more an live forever inside a
heart, inside yours, inside mine...


Every now and then we come across bands who find inspiration for their music in Dragonlance, most often from Raistlin who is unquestionably the saga's favourite character.

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miércoles, 1 de diciembre de 2010

Kuive, la Nómada Elfa Gris


escrito por Lore. 

Eran cuatro hombres, fornidos y sucios, que me rodeaban por completo. Dos de ellos me inmovilizaron contra el suelo, sujetándome de los brazos. Un tercero me sujetó las piernas y el último, al parecer el líder de todos ellos, se acercó hacia mí con un brillo en la mirada que se clavó en mi pecho...

Grité. Y aquella vez mi rabia y mi dolor sí fueron escuchados. Como lo habían sido tantas otras veces atrás en los últimos meses, en los últimos años. 

La puerta de mis aposentos en la casa señorial de Grinuviel en las Tierras Salvajes de las Hadas se abrió de golpe y un eladrin adulto, el mismo que me había reconocido en el camino unos años atrás y me había ofrecido su capa, entró rápidamente y se sentó al borde de mi cama, sujetándome la cabeza entre sus suaves manos.

-Ya está, Kuive, ya ha pasado todo. Era una pesadilla -así me consolaba siempre, sobre todo últimamente- sólo era una pesadilla más...


-No -respondía yo siempre- no es una más, es siempre la misma... ¿por qué? ¿por qué me vuelve ahora la misma pesadilla que cuando era pequeña? ¿por que, de pronto, sueño lo mismo que soñaba cuando llegué aquí, si hacía ya más de diez años que no lo soñaba?


-No lo sé... -respondía él todas las noches- ...no lo sé... quizá sea tiempo de cambiar... a veces, uno tiene que encontrar su verdadero hogar; a veces aunque uno crea que lo ha encontrado, no es verdad... quizás debas partir ya en busca de respuestas.


-Pero aquí me siento bien, estoy feliz...


Esa era siempre nuestra conversación de las últimas noches. Yo cada vez me sentía peor por despertarlo todas las noches. Él cada vez estaba dispuesto a venir antes y cada vez llegaba más rápido a ayudarme. Me consolaba y luego se marchaba para dejarme dormir de nuevo.

Pero aquella noche no quise dormir. Me negué.

Hacía más de diez años que yo había llegado a aquel lugar bajo el nombre de Kuive, la Nómada Elfa Gris. Una joven muchacha a la que habían encontrado los eladrines de camino a casa y habían salvado de unos hombres -decidimos mantener en secreto el pequeño matiz de la ventisca de invierno- una noche. Naivara también había quedado en secreto, olvidada ya. Puede que, en aquella época, hubiera sido olvidada incluso por mí. Pero los sucesos de aquella noche no habían sido olvidados. No lo serían jamás. Había conseguido relegarlos a los más oscuros rincones de mi conciencia los últimos diez años, a base de distraerme y aprender. Sin embargo, en aquellos momentos, estaban resurgiendo, como si  no hubieran estado sino recuperando las fuerzas para volverme a atacar. 

Y ahora parecía que la única forma de librarme de ellos era volver al camino de nuevo, buscar mis respuestas, buscar mi destino. Errante trotamundos, como lo había sido siempre; al parecer, el apodo que me habían puesto en aquella comunidad, Nómada Elfa Gris, era el más apropiado del mundo para mí, al fin y al cabo. Mi hogar eran los caminos, quisiera yo o no. 

Sin embargo, en aquellos momentos, me negaba a creerlo, me negaba siquiera a pensarlo. Había encontrado una vida durante muchos años, durante toda mi adolescencia. Hacía poco que debía de haber cumplido los veinte; la cuenta la perdí hace mucho, sin embargo, los eladrines crecen, al igual que los elfos, con un desarrollo similar al de un humano, hasta los veinte años. En ese momento, su desarrollo se vuelve lento, mucho más lento. El mío acababa de sufrir ese cambio hacía un par de años. Así que se podría decir que yo aún tenía unos veinte años.

Recuerdo que, junto a aquel cambio, vinieron otros. Me volví mucho más serena y paciente. Era mucho más capaz de controlar mis impulsos que antes. Recuerdo que en aquella década amé, odié e hice amistades inolvidables. Pero sobretodo, en aquella década, maduré. Bueno, mejor sería decir, que terminé de madurar lo poco que me quedaba ya por madurar...

Otro de mis cambios fue que, desde entonces, cada vez que recuerdo mi vida pasada comienzo a divagar... o quizá eso sea cosa de la edad.
El caso es que aquel día, no fui capaz de volverme a dormir. O no quise. Me levanté y fui hasta mi gran vitrina transparente. La abrí y saqué mi arma favorita. Hacía muchos años que no la usaba, porque últimamente me habían enseñado magia que, por supuesto, era lo que más me gustaba. Sin embargo, desempolvar mi vieja espada de vez en cuando me ayudaba a tranquilizar mi espíritu inquieto. Recuerdo que cuando llegué allí, me gustaban las cimitarras, gracias a todo lo que me había enseñado Montolio; sin embargo, con los eladrines descubrí una forma diferente de ver el arte de la lucha, encontré un arma que iba perfectamente hilvanada con mi personalidad, mis sentimientos y mis más profundos deseos; se llamaba "katana". 

Así que saqué mi katana de su funda y admiré su filo, siempre bruñido y brillante. Atravesé unas dobles puertas de madera de mis aposentos y entré en una sala que hacía las veces de mi sala de lectura, escritura, etc. La atravesé también y salí a una amplia terraza privada de mis dominios. Desde allí podía ver casi la totalidad de la ciudad. 
La casa de Grinuviel se hallaba situada en lo alto de una colina, en un extremo de la urbe, construida en su totalidad de la roca de la misma colina, tallada en ella, para ser más exactos, era una de las mejores obras de arte que los escultores y tallistas de allí habían hecho jamás. En el mundo de las Hadas todo estaba hecho de materiales naturales. Los tallistas y escultores esculpían la piedra en el mismo sitio donde la encontraban y así creaban sus casas. Grinuviel descendía de un gran linaje de tallistas, conocido por todos. Luego estaban los herbóreos, sabían hacer crecer los árboles guiándolos en sus formaciones; ésas eran sus casas. También los terráreos construian sus casas excavadas en el suelo, como mejor sabían hacer. Además, y eso era lo que más me asombraba, había flamígeros y acuareros... podéis imaginaros lo que hacían. Y sí, he estado dentro alguna vez. Y no, no quema, ni te mojas.

Era increíble. Desde mi balcón podía verlos todos... la mayoría eran de piedra, tierra o madera... sin embargo, por toda la ciudad, aquí y allá se alzaban eternas llamas o brillantes remolinos de agua. Eternos, inmutables. 


Pero lo más impresionante de todos ellos era el palacio del Rey y la Reina de los Elfos Grises. Sobre una colina, rodeado de una extensa fresneda, con cimientos subterráneos, columnas que formaban cascadas y techumbres cuyas rojas lenguas aspiraban a quemar los cielos, se alzaba el palacio. La más bella, increíble, grande e imponente obra de ingeniería, escultura, herborogía, terrería, flamigería y acuarería que había visto jamás. Probablemente la más magnífica que existía en el mundo. Se elevaba por encima de toda la ciudad, dominándola. Y era más antigua que el más antiguo de los Elfos Grises... y aquello era mucho decir. El palacio podría tener fácilmente más de cinco milenios...


Siempre me gustaba observar aquello desde mi balcón. Me relajaba.


SIn embargo, en aquel momento, una simple visión bonita no podía relajarme. Sujeté fuerte mi katana y comencé a realizar movimientos lentos y pausados que me habían enseñado más de cinco años atrás. Llevando cada uno a su fin de manera parsimoniosa, concentrándome en el brillo de mi hoja, en el amanecer incipiente, en el canto de las aves paraíso...


Aves paraíso... a menudo me preguntaba qué habría sido del cascabel...


Y así, aquella noche conseguí relajarme. Como muchas otras. Los recuerdos volvían a estar encerrados en un brumoso pasado sellado. Mi mente, de momento, volvía a ser mía. El día volvía a nacer. 


Mi vida, volvía a crecer. 


Me llamo Kuive, aunque eso ya lo sabéis.