"This huge, twisted trunk is the highest of all the vallenwoods in the Valley". Within it stories are told, within it tales are lived, he is witness of lots of adventures, because within it lives the magic ...

This is a magical world ...
where castles rises above clouds seas ...
and dreams walk calmly down the street ...
where every one can be that heroe who dreamed of one day ...
and
if they turn back, they see their wishes fulfilled ...
You´ve got a big heart, keep it filled with
happiness, Lord of the Shadows, so you can live more an live forever inside a
heart, inside yours, inside mine...


Every now and then we come across bands who find inspiration for their music in Dragonlance, most often from Raistlin who is unquestionably the saga's favourite character.

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miércoles, 20 de octubre de 2010

Grimnir Matagigantes

escrito por David.

En ese preciso instante, lo único que sintió fue cómo le abrazaba la más intensa oscuridad. No sintió dolor, ni mareo, ni aturdimiento, sino oscuridad. Sólo oscuridad.



Poco a poco, la oscuridad fue dando paso a una sucesión de extrañas imágenes agolpándose en su mente, como si todas ellas quisieran salir de su cabeza al mismo tiempo.

Contempló a su familia, a los miembros de su antiguo y querido clan. Vio a su padre forjando el metal con su abrumadora y habitual destreza. Vio a su madre, inscribiendo delicadas runas de poder indecible en las ornamentadas piezas que componían la panoplia de su padre. También contempló al viejo Brann fumando en pipa con su ceñuda expresión habitual. Observó uno a uno a sus compañeros de batalla y de taberna, aquellos que un día, tiempo atrás, fueron sus hermanos de batalla. Le saludaron, todos ellos le saludaron. Quería correr a abrazarlos, volver a sentir la cercanía de sus seres queridos tiempo atrás perdida, aquella cercanía tan anhelada.



Y de pronto, la oscuridad volvió a cubrirlo todo. Las imágenes volvieron a aparecer, pero ahora las llamas lo cubrían todo. Colosales y aterradoras figuras inundaban su mente, causaban dolor y sufrimiento. Aquellos gigantes destrozaban con sus propias manos desnudas las regias fortalezas que conformaban su antiguo y antaño orgulloso reino, transformándolo todo en un amasijo amorfo de hierro y piedra.

Todos sus seres queridos eran brutalmente aniquilados ante sus ojos, y los valientes soldados del clan caían por docenas cada vez que alguna de aquellas bestias asestaba un golpe con aquellos descomunales brazos, tan largos y anchos como la más alta y ancha de las múltiples columnas que aplacaban la furia de la montaña sobre las amplias galerías subterráneas de su reino.

Quería moverse pero no podía. Quería ayudarlos, pero no podía. Quería enfrentarse a los gigantes en una última y desesperada batalla, pero no podía. Estaba de nuevo atrapado en la más profunda oscuridad…



Cuando pensaba dejarse llevar finalmente por el cálido abrazo de la densa oscuridad, una voz le sacó de su ensoñación. Para ser exactos, primero fue una voz, después le siguieron miles. Las voces de aquellos a los que había perdido fueron poco a poco convirtiéndose en una única y poderosa voz. Tan profunda y poderosa como las montañas, tan sólida e inquebrantable como la roca. Su mensaje era claro: “Levántate hermano, pues tuyo es el sagrado deber de saldar uno por uno todos los agravios anotados en el Gran Libro de nuestra fortaleza. Tú eres nuestra última esperanza para alcanzar el eterno descanso, si no lo logras, nuestras almas nuca llegarán a encontrarse con nuestros poderosos Dioses. Ahora hermano, levántate, y lleva a cabo nuestra venganza”.



En ese preciso instante, despertó. No sabía cuánto tiempo había pasado. Tal vez eones, tal vez segundos. No sabía con exactitud qué fuerzas habían obrado para que se alzara de nuevo. Lo que sí sabía era que debía llevar a cabo su cometido. Abrió los ojos.



La escena que se desarrollaba ante sus ojos era indescriptible. La situación, crítica. El inmenso Skagg Diente de Oro, tiránico y despiadado Rey de los gigantes de Urum-Kor, y uno de los numerosos y malvados gobernantes gigante que habían participado en la destrucción de su reino, se encumbraba sobre el guerrero enano en toda su inmensa estatura, y su colosal pie se disponía a aplastar al molesto estorbo que le había costado cinco de sus mejores guerreros.

El descomunal pie descendió a velocidad vertiginosa. En ese momento el tiempo pareció ralentizarse. Una luz cegadora se apoderó de la figura del guerrero enano, y le imbuyó de una fuerza y destreza sobrenaturales, permitiéndole parar el gigantesco pie con sus propias manos en el último momento.

El suelo comenzó a resquebrajarse bajo él debido a la tremenda presión, y comprendió que si no se libraba pronto de la presa de su enemigo, sería cuestión de tiempo que su robusto cuerpo se convirtiera en un amasijo de huesos, carne y metal.



Y así lo hizo. Desvió el pie de su horripilante adversario a un lado, ganando unos valiosos segundos para levantarse y prepararse para el siguiente asalto.

Se irguió por fin, y pudo observarse en su totalidad su, en parte majestuosa, y en parte bestial apariencia. Su cuerpo estaba forrado en su totalidad, a excepción de la cabeza, de una poderosa armadura de placas oscuras, grabada enteramente con poderosas runas de poder y castigo. Las pocas partes de su cuerpo que la armadura permitía entrever, estaban totalmente cubiertas por unos intrincados e interminables tatuajes de color azul intenso. Se adivinaba la figura de un dragón.

Su cabeza era el único elemento de su cuerpo al descubierto. Sus nobles y poderosos rasgos eran símbolo de la herencia de sus antepasados. Su pelo y su larga y trenzada barba eran de un intenso y claro rojo, casi anaranjado. Sus ojos, de un azul pálido que recordaba a la escarcha, eran fríos y duros como el hielo de las montañas en las que nació.

Palpó con sus manos el preciado Gran Libro de su fortaleza, que yacía en su costado, colgado desde su hombro derecho. Su tacto le tranquilizó.

Recogió del suelo sus dos inmensas hachas gemelas. Las hachas rúnicas crepitaron con furia antinatural al sentir de nuevo las manos de su portador. El tacto del acero enano le inspiró confianza.

Estaba preparado.



Mientras la primitiva mente del Rey Gigante intentaba comprender cómo aquella ínfima criatura había detenido su potente presa, el joven enano cargó con la velocidad y la potencia del rayo contra el pie con el que el gigante sostenía aún todo su peso, y, con un diestro quiebro de sus entrenados pies, logró situarse justo a la altura del talón de la bestia, cercenándolo de un solo y potente tajo de sus hachas gemelas.

El alarido de Skagg fue ensordecedor. Instintivamente, el gigante se agachó para palpar con su mano la herida que acababa de sufrir, gesto que el enano aprovechó para encaramarse sobre la mano de la bestia y, clavando a la vez sus hachas, afianzó su peso.



Lo que ocurrió a continuación sucedió a gran velocidad.

Diente de Oro alzó la mano en la que se aferraba el tozudo enano con la firme intención de masticarlo lentamente y devorarlo en sus siete estómagos. Al hacerlo, el guerrero aprovechó la fuerza del empuje ascendente, y de un ágil salto logró aferrarse al único y gigantesco cuerno que coronaba la cabeza del gigante.

Mientras los brazos de la bestia luchaban por agarrar a la pequeña criatura, el furioso enano envainó sus armas, y agarró con todas sus fuerzas el cuerno de la bestia. Con un titánico esfuerzo de sus musculosos brazos, partió en dos el cuerno de la bestia, produciendo un crujido sordo que resonó en la gran sala del trono de Urum-Kor.

Acto seguido, mientras el monstruo gritaba de dolor, el enano aprovechó su debilidad para clavar de un solo golpe la huesuda extremidad de la bestia en el derecho de sus ojos.

Esa fue la gota que colmó el vaso, ya que el furioso Rey se llevó ambas manos a la cara con desesperación intentando deshacerse como fuera de aquella criatura que estaba causándole tantas molestias. En esta ocasión lo logró, y lanzó al enano con furia hacia el suelo a toda velocidad, el cual habría muerto a causa del impacto, de no ser porque tuvo la fortuna de caer sobre la gran barriga de uno de los cinco cadáveres de los gigantes que yacían en la estancia, y que hasta hacía unos instantes, componían la guardia personal de Skagg.



El guerrero se palpó la cabeza y sintió calor entre sus dedos. La sangre manaba a raudales a causa del estrepitoso impacto, y la vista se le nublaba por segundos. Pero debía resistir, estaba muy cerca de tachar uno de los nombres de su Gran Libro de los Agravios, y no se detendría por una insignificante herida en la cabeza.



Terco y tozudo como todos los de su raza, el enano volvió a levantarse, lo cual enfureció aún más al Rey Gigante, llevándole a cargar contra su minúsculo adversario sin miramientos, dispuesto a terminar con este absurdo cúmulo de infortunios.

Aprovechando la parcial ceguera de su adversario, el guerrero enano se lanzó rápidamente hacia la bestia, esquivando cómodamente su torpe presa, y situándose de nuevo a sus espaldas. Con otro certero tajo de sus hachas rúnicas, el enano cercenó el tendón del pie que le quedaba sano al gigante, haciendo que se desmoronara estrepitosamente en toda su descomunal estatura sobre su gran trono formado por cráneos.

Empleando esos valiosos segundos, el guerrero se situó de un salto sobre la barriga de la bestia y corrió a toda la velocidad de la que sus cortas piernas eran capaces, hasta llegar al cuello de la bestia. Esquivó la presa de la mano izquierda del gigante, después desvió su mano derecha cortándole dos dedos a la bestia, y finalmente empleó toda la fuerza que restaba en su pequeño cuerpo en asestar el mayor golpe que había asestado nunca, con ambas hachas al mismo tiempo.

De resultas de ello, la cabeza de Skagg se separó limpiamente de su gigantesco cuerpo. La boca de la criatura quedó congelada en una espantosa mueca que mostraba pánico e incredulidad a partes iguales, y dejó al descubierto un gran diente formado en su totalidad por oro de la más alta calidad. Sin duda se trataba de oro enano.



Tuvieron que pasar varios minutos que al enano le parecieron horas para que se diera cuenta de lo que había sucedido en un puñado de segundos.

Había terminado con el tercer nombre que yacía en las páginas del Gran Libro de su fortaleza. Procedió a tacharlo con una mueca de satisfacción en su rostro.


La noche era fría y cerrada. Los cuervos graznaban y los lobos aullaban, dispuestos una noche más a comenzar la cacería, pero aún así, los alrededores de la fortaleza gigante de Urum-Kor permanecían mucho más silenciosos de lo normal, ocultos en la espesa niebla de las montañas.

A la entrada de la fortaleza se erguía amenazante un símbolo brutal. La cabeza del Rey, Skagg Diente de Oro, divisaba eternamente los territorios que ya no le pertenecían. Se mantenía clavada en una gran pica, y la espantosa mueca permanecía grabada en su rostro.

A su lado, se erguía un pequeño monolito de piedra, con una inscripción tallada a mano en la lengua rúnica de los enanos, que rezaba lo siguiente:

“Por aquí pasó el último heredero del gran linaje del Clan de los Hijos de la Montaña. Que todo enano que pase por aquí se llene de orgullo, y que todo gigante que vea esta advertencia sepa que antes o después, Grimnir Matagigantes se presentará en su reino para rendirle a su señor los tributos que merece”.



La niebla cubría toda la montaña sobre la que se encumbraba la gran fortaleza de Urum-Kor, y un pequeño destello reluciente, como de oro, fue disminuyendo hasta perderse por las laderas de la montaña. Perdiéndose, para no volver a relucir jamás.