"This huge, twisted trunk is the highest of all the vallenwoods in the Valley". Within it stories are told, within it tales are lived, he is witness of lots of adventures, because within it lives the magic ...

This is a magical world ...
where castles rises above clouds seas ...
and dreams walk calmly down the street ...
where every one can be that heroe who dreamed of one day ...
and
if they turn back, they see their wishes fulfilled ...
You´ve got a big heart, keep it filled with
happiness, Lord of the Shadows, so you can live more an live forever inside a
heart, inside yours, inside mine...


Every now and then we come across bands who find inspiration for their music in Dragonlance, most often from Raistlin who is unquestionably the saga's favourite character.

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miércoles, 30 de mayo de 2012

Kuive, dragón de hielo eterno

Escrito por Lore.

Mi vestido era color marfil. Llevaba un escote de palabra de honor bastante incómodo y una amplia falda de cola de gasa; mi espalda estaba casi por completo al descubierto y, por la falda y el corpiño, subía en el lado derecho un dibujo en negro y plata que simulaba escamas. Mi máscara era un antifaz en forma de rostro de dragón blanco y plata, del que salían largas hebras argénteas de mechones artificiales que se entremezclaban con mi pelo. Me habían aclarado los labios con un extraño potingue que brillaba iridiscente y me habían oscurecido los párpados con coll negro, de manera que resaltaba el color de mis ojos verdes, en los que no se diferenciaban el iris ni la pupila.
Rhíat me miraba asombrado mientras me colocaba al cuello el último toque: un ópalo negro que me había regalado Grinúviel para la ocasión.
-Demasiados brillantes... -a mí no me gustaba nada aquel extravagante atuendo; era incómodo, no me permitía moverme con agilidad y pesaba demasiado. Lo único bueno que tenía era que podía guardar mi espada perfectamente bajo la ancha falda, atada a la pierna por la empuñadura central.
-Pues, a pesar de todo, he de decir que te veo hermosa -el muchacho me miró fijamente a los ojos a través del espejo en el que ambos nos reflejábamos en aquel momento.
Yo le devolví la mirada, sarcástica.
-Anda, vamos -entonces me colocó sobre los hombros una fina capa de tul gris perla que simulaba las alas del dragón y me tendió el brazo, para acompañarme formalmente hasta la entrada del gran salón donde se celebraría el baile. 

Los hombres, jóvenes y mayores, formales e informales, ricos y no tan ricos, se me acercaban a cada minuto, pidiendo que les concediera una pieza. Sin embargo yo, a costa del decoro y la educación "normal", denegaba a todos y cada uno de los que se acercaban con esa intención. Estaba nerviosa. Buscaba a mi confidente y, por el momento, no estaba teniendo muy fructíferos resultados en mis pesquisas. Paseaba de un lado a otro de la sala, desde la mesa de los canapés hasta la tarima de los músicos, escudriñando los rostros de todos los invitados del baile de máscaras; por desgracia, no tenía la más mínima idea de cómo era aquella persona, de hecho, por no saber ni siquiera estaba segura de si era hombre o mujer. Eso, unido al hecho de que, obviamente, todos llevaban máscara, estaba haciendo tan imposible mi misión que al final desistí... cogí una copa de vino de frutas y salí al balcón a que me diera un poco el aire. 
El viento meció mi pelo, suelto a mi espalda, junto con las hebras plateadas y levantó en amplios bucles la delgada capa que descendía desde mis hombros, cual si las alas del argénteo dragón realmente ansiaran desplegarse... y volar...
Miré a lo lejos, al horizonte... sí, claro que quería volar, por supuesto. Quería salir de ahí. Me gustaba aquel lugar, aquella ciudad, aquella gente; me gustaba saber que a partir de entonces, hiciera lo que hiciera, fuera donde fuese, siempre tendría al fin un hogar al que volver... y, sin embargo, mi mente no era de aquel sitio. Mi alma, tantos y tantos años errabunda, se había vuelto trotamundos y yo, en el fondo de mi corazón, sabía que no me sentiría del todo bien hasta que no volviera de nuevo a los caminos, mi mundo... y aún así...
- Los dragones encerrados no tardan mucho en romper sus cadenas y echar a volar...
La voz a mi espalda, tan cerca, me sobresaltó de tal forma que al darme la vuelta la copa resbaló de mi mano. Unos ágiles dedos se dispararon hacia ella y la sujetaron antes de que cayera, sin apenas derramar una sola gota, para después colocarla en la bandeja de uno de los sirvientes que pasaba en aquel momento cerca. Cuando volvió, se colocó directamente frente a mí. Se trataba de un éladrin joven, con el pelo blanco, tan liso como una cascada de bosque, derramándose sobre sus hombros y su espalda, resaltando con el rojo de su atuendo. Sus ojos, color verde oscuro, refulgían tras la máscara en forma de zorro que llevaba calada sobre el rostro. Sus labios, delgados, esbozaban una mueca de seriedad que no pegaba con el resto de la impresión que causaba su apariencia... casi me lo había esperado pronunciando media sonrisa sesgada... 
-Tampoco el vino de frutas es bueno para un dragón tan níveo... podría hacer que cambiarais de color, mi querida Naivara... 
Mis ojos debieron abrirse como platos tras mi máscara de seriedad y hebras brillantes, porque esta vez las comisuras del elfo sí se levantaron ligeramente.
-¿Me concedéis este baile, mi hermoso dragón de hielo?
Me tendió una mano, que yo acepté dubitativa. ¿Quién era aquel joven? ¿Por qué me había llamado así? ¿Cómo lo sabía? ¿Qué sabía? ¿Qué sabía de mí, de mi familia?
-Tenéis muchas preguntas -me dijo en voz baja y mirándome a los ojos mientras comenzábamos a bailar aquella lenta canción, sin salir de la amplia terraza, donde teníamos más espacio e intimidad- pero me temo que yo sólo puedo daros una respuesta.
-¿Cuál?
- Paciencia, querida -respondió él pasando la mano por detrás de mi cintura y arrimándome más a él- al fondo a la izquierda, apoyado con los codos sobre el balcón.
Yo miré sobre su hombro a donde me indicaba y descubrí allí a un elfo adulto en el que ya me había fijado antes y que había descartado en mi búsqueda. 
-Lleva siguiéndoos todo el baile -comentó el joven haciendo como si me diera un beso en la mejilla sin dejar de bailar- segundo piso, asomada a la balconada, trenzas azul claro.
Entonces me dio una vuelta al son de la música y dejó que yo cayera sobre su brazo extendido, mirando hacia arriba, donde descubrí a la éladrin que él mencionaba.
-No os ha quitado ojo de encima desde que habéis salido al balcón y... -me volvió a levantar y continuó hablando en un susurro que si hubiera sido más quedo no habría supuesto ni el silencioso avanzar de una efímera sombra- ...al fondo de la sala, junto a la puerta, dos iguales, con máscaras de oso negro.
Cuando dimos un par de vueltas pude fijarme en los dos últimos, uno a cada lado de la puerta. Hablaban con un tercero al que sí reconocí: uno de aquéllos delante de los cuales Grinuviel nunca quería hablar... aquello empezaba a tomar un cariz muy extraño y, desde luego, no me estaba gustando nada. 
-Pero tranquila -continuó hablando él con el más calmado tono y una sonrisa de disimulo en su rostro- no soy el único zorro de esta fiesta...
Y tenía razón, cuando me había ido fijando en los invitados unos minutos antes, había descubierto varias máscaras que simulaban zorros, unos pardos, otros grises, otros rojos, y de todas las tonalidades de naranjas posibles. Hombres y mujeres se vestían por igual de aquel animal y podría haber como una docena de personas disfrazadas de él en aquellos momentos en la fiesta.
-¿Confiáis en mí? -la pregunta me pilló totalmente por sorpresa. Mi detenimiento de pronto no llamó demasiado la atención puesto que la pieza que tocaban los músicos también terminaba en aquellos momentos y no resultó extraño- no hay tiempo, ¿confiáis en mí?
El joven se había puesto serio de pronto.
-Sí. 
Nunca supe por qué, pero no vacilé al responder. Ni siquiera conocía aún su nombre y sin embargo, confiaba en él, confiaba en ellos, en todos los zorros de la sala. No sabía quiénes eran ni por qué me ayudaban, ni siquiera sabía si realmente me estaban ayudando... no sabía qué estaba pasando, pero confiaba en ellos. Confiaba en él.
A mi respuesta, el joven emitió un silbido con los labios, grave, reverberante. Entonces, el director de la orquesta, calándose de nuevo su máscara en forma de zorro negro comenzó a dirigir a los músicos en una frenética danza, macabra sombra del juego que estaba a punto de comenzar. 
Una pareja de zorros se había acercado mientras tanto a cada uno de los elfos que él me había señalado previamente y, sin previo aviso e increíblemente coordinados, de pronto todos ellos abrieron sus capas y las echaron encima de los elfos, creando el caos. Justo en el mismo momento, el joven zorro rojo me rodeó la cintura con los brazos y saltó la balaustrada, cayendo conmigo sobre un gran montón de hojas del jardín, estratégicamente apiladas justo debajo. Salimos de las hojas y, sin esperar un segundo, corrimos a escondernos en las sombras de la noche, entre las numerosas estatuas del jardín de las fuentes. 
-Hay una historia que tengo que contaros -me dijo entonces él, agachándose a mi lado tras una ninfa de piedra que lloraba agua- una larga historia...
Pero entonces un fuerte sonido nos interrumpió, como si algo pequeño hubiera explotado, y casi al mismo tiempo, un brazo de la ninfa estalló en pedazos, golpeándonos a ambos con esquirlas y piedrecillas.
-¡Bastardos! -se alteró entonces el joven, cogiéndome de la mano y corriendo rápidamente más lejos del balcón, siempre procurando quedar ocultos tras las estatuas de recia piedra- ¡otra vez con ese maldito invento de gnomos!
-¿Qué narices es eso? -pregunté yo, alarmada porque las cosas volaban a nuestro alrededor en mil pedazos.
-Es una especie de tubo que expulsa metal, mata al instante si te da en algún punto peligroso -respondió saltando a mi lado una pequeña acequia. 
La cola del vestido se enganchó en unas ramas y me hubiera caído al agua de no ser porque el fuerte brazo del joven éladrin me sostuvo en el último instante. 
-¡Odio los vestidos! -grité desesperada mientras arrancaba las capas más voluminosas de falda y me quedaba sólo con el corpiño y una fina tela a modo de can-can. 
-Vamos, nos siguen de cerca.
El elfo se había dado la vuelta mientras yo me deshacía de la tela sobrante -arrojándola de mala manera a la acequia- y había visto que, aunque a los que nos habían visto ya no les quedaba más metal, se habían logrado librar fácilmente de los dos zorros que trataban de impedirles el paso, quienes yacían ahora envueltos en un gran charco carmesí, y nos perseguían frenéticamente. 

El joven éladrin y yo corrimos a través de los árboles del resto del jardín y pronto llegamos a la muralla, un callejón sin salida. Éramos ágiles, pero nuestros perseguidores también y no habíamos conseguido distanciarnos mucho de ellos, ya se les oía llegar. 
Ambos nos miramos, sabiendo que no nos daría tiempo a saltar el muro. 
-Te quieren a ti -murmuró el joven mientras desenvainaba una delgada hoja que guardaba camuflada con el traje.
-Pues no voy a ponérselo fácil -yo también saqué la espada de un solo filo que llevaba en la pierna, fijando el mango a uno de los extremos. 
Justo en aquel momento, los tres elfos que nos perseguían aparecieron en el recodo donde nosotros nos encontrábamos. Los tres portaban armas y, de pronto, sin que mediara la más mínima palabra entre ninguno de nosotros, me encontré inmersa en una vorágine de metal contra metal, acero contra acero, escarlata, verde y negro... 

No recuerdo mucho de aquella vertiginosa pelea. Sólo que aprendí a usar el mango corredizo de mi querida espada, pero no recuerdo más...
De pronto, mi espada pendía de mi mano, teñida de bermellón por ambos filos, con el seguro de la empuñadura suelto... la espada del joven también estaba teñida de rojo y a nuestros pies yacían tres cadáveres. Entonces, sin la más mínima tregua ni el más ínfimo descanso, sonó de nuevo aquel característico ruido de explosión pequeña... ambos nos echamos al suelo justo a tiempo para ver cómo, en un punto del muro, saltaban astillas al incrustarse un pedazo redondo y pequeño de brillante metal. 
-¡Corre! -el joven se levantó y, envainando la espada rápidamente, colocó ambas manos entrelazadas a modo de escalón. 
Sin pensármelo dos veces me aupé con su ayuda y alcancé el borde del muro en medio de ruidos de explosiones y pedazos de pared volantes. Ayudé al elfo gris a subir y ambos descendimos al otro lado en aquella frenética batalla. Yo me levanté, dispuesta a continuar corriendo, pero él no me acompañó. Me di la vuelta y entonces lo vi: tenía una gran mancha rojiza, más oscura que su traje, creciendo en su pecho rápidamente. 
-Los han matado a todos... -alcanzó a decir en un leve susurro. 
Me agaché y, sin saber muy bien cómo reaccionar, le quité con cuidado la máscara de zorro. Unas finas lágrimas corrían por sus mejillas y se disolvían cayendo en el cálido rojo de su pecho.
-No queda ninguno y yo... yo ya no puedo... seguir... -alcanzó a decir antes de que un ataque de tos cortara sus palabras de lleno- ... Grinuviel no sabe nada... siempre lo mantuvimos al... al margen... para.. proteg... -otro ataque de tos.
-No hables más de lo necesario, tranquilo -respondí cogiendo su cabeza entre mis manos temblorosas y acomodándolo en mi regazo, sin saber qué más hacer- me habéis salvado...
-Tienes que saber... no me queda tiempo... sólo... sólo lo sabe... -entonces volvieron a sonar más cañonazos de aquella extraña arma- ...ve a la Antíp... la Antípod...
-¿La Antípoda Oscura? -sólo de pensar en aquel nombre... de recordar lo que vivía ahí, un escalofrío recorría mi espalda.
-Ve... pero aléjate de... Menzob...berranzan... aléjate de... los drow...
-¿Y qué tengo que hacer allí? -no estaba muy segura de querer volver por allí cerca.
-Busca... Ashik... Ashika.
-Ashika.
El joven éladrin asintió y sonrió debilmente. Levantó una pálida mano y me retiró la máscara del dragón. Entonces sonrió más aún...
-Eres... igual que... que... madre...
-¿Cómo has dicho? 
Rhíat se había dedicado aquellos últimos días a decirme los nombres de los miembros de la familia que se sabía que lo eran; pudimos identificar a mis padres y al menos tres hermanos, mayores que yo... todos muertos. Pero todo aquello era muy raro, todo me resultaba demasiado extraño y, a la vez, demasiado familiar... los ojos de aquel elfo, lo que acababa de decir... inconscientemente, mi mente fue haciendo raras conexiones entre sucesos y palabras y, de pronto, un esbozo de idea comenzó a tomar forma, aún demasiado sutil, en mi mente...
Mis ojos volvieron a abrirse como platos, el joven éladrin volvió a esbozar aquella media sonrisa. 
-¿Cómo te llamas?
-Nuyveru... -respondió entre jadeos- vete... no dejes que... te cojan... busca... la verdad... ve... Nai... Naivar...
Entonces, el brillo de sus ojos se apagó de pronto, la muerte vino a buscarlo cruelmente, sin siquiera dejarlo terminar su última frase, la última palabra que iba a pronunciar: mi nombre. 
Nuyveru, uno de mis tres hermanos mayores... el menor de todos ellos... un estremecedor grito desgarró mi alma y huyó prófugo a través de mis labios antes de que mi mente consciente pudiera hacer nada para evitarlo. 
La voces de mis incansables perseguidores se oían de nuevo, cada vez más cerca. Cerré los ojos a Nuyveru y dejé mi máscara entre sus brazos. Entonces corrí...
Me encontraba en una especie de trance subconsciente. Mi mente, escondida del mundo en un rincón menos doloroso, observaba cómo mi cuerpo se movía desde fuera, contemplando impotente, impasible, cómo tomaba el control de mis actos el subconsciente más primario: el deseo de sobrevivir. 

Corrí entre las sombras y en poco tiempo alcancé las enredaderas por las que trepé hasta mi balcón. En el más completo silencio, habiendo dejado las voces atrás mucho tiempo antes, entré en mis aposentos y cogí rápidamente toda la ropa que pude, hice con ella una bola y la metí en el primer petate que encontré. Entonces me quité aquel ridículo corsé y el can-can y me coloqué encima un ajustado chaleco de cuero oscuro y unas polainas, además de unas botas en los sucios pies, que habían perdido ambos zapatitos de tacón por el camino, ni siquiera recordaba cuándo o dónde... Me anudé el pelo con una cinta negra y me dispuse a salir de mi cuarto. Entonces encontré sobre la cama un paquete con una nota. Era de Rhíat: reconocí la forma, seguramente era la otra espada, ya terminada. Abrí la nota...
... y entonces me derrumbé sobre la cama... las piernas me fallaron, la vista recorrió cientos y cientos de veces las pocas líneas del papel antes de asimilar lo que realmente estaba leyendo y mi mente se hizo más ovillo aún, arrebujándose entre las meras sobras de un pasado mejor que ya había quedado atrás, relegado a los lejanos rincones de recuerdo de mi cabeza...
La nota decía, a grandes rasgos, que los zorros al fin habían descubierto algo y que querían decírmelo en la fiesta para que nadie se enterase; que si estaba leyendo aquello probablemente ya sabría que el encargado de decírmelo era mi hermano y que habían tenido que mantener aquello en secreto para poder seguir indagando porque, de lo contrario, habrían venido a por mí mucho antes. También decía que la espada estaba terminada y que, con ella, podría ir en busca del resto de la verdad, que Nuyveru me contaría todo lo que ellos sabían... mientras él y los demás distraían a quienes me perseguían... 
Rhíat había sido un zorro... era uno de los zorros que, por protegernos, había quedado atrás...
En aquel momento, mi parte inconsciente captó voces en el piso de abajo. Al parecer alguien quería subir a ver si estaba escondida en mi habitación y Grinuviel trataba de convencerlos muy calmadamente de que no había nadie arriba. 
"Déjalos subir" chillaba mi mente encogida "no quiero que te hagan algo a ti también... déjalos subir... no me protejas a costa de tu vida..." pero claro, él no sabía que yo había entrado por la ventana así que, lógicamente, les permitió subir, creyendo que yo estaría ya lejos, huyendo de ellos. 
Rápidamente, mis manos guardaron la nota entre los pliegues de mi capa de viaje y desenvolvieron la espada que colocaron estratégicamente en mi otra pierna, mientras mis pies se deslizaban con sigilo hacia el balcón y, después, enredadera abajo. Mis piernas corrieron, ocultándose de sombra en sombra y mis manos las ayudaron apoyándose de vez en cuando en los muros para saltarlos y agarrándose a las ramas de los árboles para cruzar riachuelos. 
Al poco tiempo... o mucho, la verdad es que no habría sabido decirlo... me encontraba ya a las afueras de la ciudad de los éladrin, mirando hacia atrás, hacia aquel lugar que, inocentemente, unas pocas horas antes pensaba que algún día podría llamar hogar. 
Un último vistazo me bastó para percatarme de que mi verdadero hogar, el lugar al que yo realmente pertenecía, no quedaba atrás, sino delante: mi mundo eran los caminos, los senderos, las rutas. Al fin y al cabo, ésa era yo, la nómada elfa gris....
Me volví sin dudar un solo instante más y mis pies comenzaron de nuevo a caminar. No sé cuánto tiempo pasé andando, alejándome de allí, dirigiéndome inexorable y a la vez inconscientemente hacia la montaña que albergaba la temida Antípoda Oscura. No sé cuántos días pasaron ni cuántas noches. No sé cuántas paradas hice, ni cuánto tiempo necesité para descansar. Lo único que sé es que, poco a poco, durante aquel viaje, mi mente fue emergiendo lentamente de su escondite, desperezándose y tomando el control de nuevo. 
Finalmente, un amanecer de tantos, volví de nuevo a ser yo.
Entonces pensé por primera vez de forma racional en todo aquello que había pasado. No derramé más lágrimas, éstas habían quedado esparcidas por el camino ya pisado. Sin embargo sí añoré... como haría durante mucho tiempo después. Y también pensé. Cuánta razón había tenido mi hermano, al hablarme por primera vez, cuando el viento agitaba mi capa de perlado tul. 
Sí, los dragones encerrados, finalmente se escapan y echan a volar. 
Y sí, también. Yo era un dragón... un dragón blanco, níveo, glacial... era un dragón al que le habían quitado lo poco que había encontrado de un modo tan efímero... era un dragón sin fuego y sin calor, un dragón gélido, un dragón de hielo eterno...

Me llamo Kuive y éste fue el gran giro de mi historia.

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