escrito por Lore.
Caminé durante muchas horas después de aquello. Las horas pasaron a volverse días y los días se convirtieron poco a poco en meses. Vagué, sin rumbo fijo, por los bosques y las montañas cercanas, dando grandes rodeos sólo para volver al sitio de donde había partido, vadeando ríos, hablando con osos y compartiendo cuevas con búhos y murciélagos. Las estaciones pasaron, un invierno, dos, tres…
Caminé durante muchas horas después de aquello. Las horas pasaron a volverse días y los días se convirtieron poco a poco en meses. Vagué, sin rumbo fijo, por los bosques y las montañas cercanas, dando grandes rodeos sólo para volver al sitio de donde había partido, vadeando ríos, hablando con osos y compartiendo cuevas con búhos y murciélagos. Las estaciones pasaron, un invierno, dos, tres…
Andaba perdida. Tras haber conseguido que enterraran a mi familia, había huido del pueblo y de la granja, no podía soportar el vivir con gente civilizada; todo me recordaba a mi familia, a mi madre. Y el dolor era demasiado insoportable. Me convertí en un ente errante, vagando por los bosques, preocupada solamente por alimentarme y vivir. Preocupada por sobrevivir, como una autómata.
Mis pasos me guiaban certeros hacia arroyos y fuentes, manantiales naturales en las profundidades del bosque y de las rocosas. Mis instintos me enseñaron pronto a cazar, mi mente consciente se relegó a lo más profundo, protegida por las neblinosas cortinas del olvido.
Tenía pulseras y collares que había hecho yo con unas lianas finas que había descubierto resistentes. Tenía armas, afiladas con uñas y dientes a base de esfuerzo y sangre. Tenía ropas, las que me había llevado de la granja, hechas jirones una tras otra. Pero sobre todo, tenía ese brillo en la mirada, el brillo de alguien que lleva varios años sin un solo contacto con alma humana, el brillo feroz de las bestias del bosque, de los predadores de las montañas, el brillo del olvido y la sed de una venganza infructuosa. Salvaje e indómita, había perdido mi alma para ganar la de la Tierra.
Perdida ya la cuenta de los veranos que llevaba vagando por la madre naturaleza, ocurrió algo. Si la mañana hubiera sido de invierno, habría afirmado que amanecía fría y brumosa, si hubiera sido de primavera, o de verano, habría jurado que el sol me bañaba la cara al abrir los ojos, tumbada sobre las ramas más altas de un flexible aliso que se erguía en el centro del bosque, en los lugares a los que no había accedido nunca nadie civilizado. Pero era otoño, estaba a punto de cumplir diez años, aunque yo ya no lo recordase. Y lo que me recibió fue un mar rojizo y naranja, lleno de gotas amarillas. Las hojas de mi alma de Tierra.
No recuerdo muy bien aquellos momentos, sólo tengo vagas reminiscencias, momentos, instantes.
Recuerdo un hombre, con un pronunciado bigote –luego descubrí que se llamaba Montolio y que era vigilante-, que apareció de pronto, guiado por los ululares de un oscuro búho. Aquel hombre debió de verme como a una completa criatura salvaje.
Recuerdo que me tendió la mano. Recuerdo que huí. Al día siguiente me volvió a encontrar, me observó y se marchó. Pocos días después, lo vi de nuevo, dejando algo en una roca, deliberadamente a la vista para que yo lo recogiera: era un cascabel; fue mi primer cascabel. Recuerdo haberlo recogido, junto con un gran montón de cuerdas mejor elaboradas que las burdas lianas con que yo me había alhajado. Recuerdo que enseguida comprendí qué quería, porque mi parte de mente elfa, escondida en un rincón, aún estaba alerta. Sin embargo, no me resistí. Cogí los hilos y comencé a tejer una larga tira, más o menos a la mitad de ella, enganché el cascabel, luego seguí trenzando las cuerdas. No recuerdo cuántas horas me tiré haciendo eso, quizá un día y una noche. Recuerdo que, cuando me lo colgué del cuello, quería que se viera bien, quería lucir mi nuevo adorno, aunque no sabía para quién. Así que bajé hasta el riachuelo más cercano y me lavé la cara y el pelo, que me había crecido mucho, y mal. Cuando terminé, me sentía un poquito mejor. Mi alma estaba volviendo a tomar nuevamente el control y mis instintos pugnaban por seguir al mando, pero, poco a poco, fueron quedando relegados.
Recuerdo que, unos días después, Montolio apareció de nuevo, me volvió a tender la mano. Entonces fui con él.
Me llamo Kuive y aquí mi historia volvió a comenzar.
2 comentarios:
Me encanta Lore^^ me recuerda bastante a la infancia de cierto personaje de cierto libro que ambos conocemos, aunque supongo que lo habrás hecho a drede xD
La verdad es que con historias así da gusto crear el trasfondo para una buena partida de Dragones y Mazmorras :D
Pues habrá que tener cuidado con Kuive y no hacerla enfadar xD
Te he mandado ya las cosas relacionadas con cierto gnomo -^^-
Publicar un comentario