Y, sin embargo, a medida que mis pies avanzan por la empedrada calle, lo siento. Primero lo oigo, luego lo veo, luego lo palpo, luego lo huelo...
Lo oigo en el roce de las innumerables hojas al bailar sólo para mí.
Lo veo en el brillo fugaz de alguna de las piedras del suelo, brillantes y aún húmedas de la temprana lluvia mañanera.
Lo palpo en la esencia del aire que atravieso y que me hace flotar.
Lo huelo en el aire, en el cielo, en las nubes y en el suelo, en los árboles, en las hojas, en las piedras... es el olor del otoño.