"This huge, twisted trunk is the highest of all the vallenwoods in the Valley". Within it stories are told, within it tales are lived, he is witness of lots of adventures, because within it lives the magic ...

This is a magical world ...
where castles rises above clouds seas ...
and dreams walk calmly down the street ...
where every one can be that heroe who dreamed of one day ...
and
if they turn back, they see their wishes fulfilled ...
You´ve got a big heart, keep it filled with
happiness, Lord of the Shadows, so you can live more an live forever inside a
heart, inside yours, inside mine...


Every now and then we come across bands who find inspiration for their music in Dragonlance, most often from Raistlin who is unquestionably the saga's favourite character.

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miércoles, 17 de noviembre de 2010

Lágrimas incurables

Si vuelves a llorar cuando cuentas una cosa, cuando recuerdas o cuando relatas, es porque el dolor todavía no ha sido borrado del todo, la herida todavía no ha sanado... si lloras, es porque aún no lo has superado...

Todavía lloro cuando veo fotos de Magic...

viernes, 5 de noviembre de 2010

Tuän, amor y coraza.

escrito por Diana.

El cascabel que encontró una tarde en el bosque era su objeto más preciado. Colgado de su pantalón siempre sonaba al mover la pierna derecha. Y siempre que lo oía tintinear recordaba la promesa que se hizo aquella vez: nunca volvería a enamorarse.

 
Era verano. El cálido y húmedo clima había obligado a un joven (muy joven) Tuän a trabajar en sus ideas fuera de casa. Y le había arrebatado la camisa. Harto de ser pequeño, Tuän se había construido unas alzas. Pero ni con esas; pronto se dio cuenta de que había lugares a los que aún no llegaba. Y Tuän quería tocar el cielo. Es por eso que colocó un gato (los humanos lo llamaban así, ellos sabrán porque) en cada zanco para modular la altura a placer. En ello estaba mientras escuchaba de fondo a Lynnerton afinando su laúd y componiendo cantares.
- Allá se adentra con bravura –cantaba él- a través de la siniestra fisura, y ve…

- Un destornillador golpeándote el cogote como no te calles ya- amenazó Tuän mientras su mano limpiaba el sudor de su frente.

¿Qué contestó Lynnerton? Tuän jamás lo sabrá. Había divisado una bella joven enana nueva en el lugar. No era el único que miraba pues la muchacha tenia gran y turgente… personalidad. Sin pensarlo dos veces avanzó hacia ella. La habló de cosas bonitas, pero sin sentido. Ella no entendió nada. “Sólo habla enano” alguien dijo.

Tuän odiaba estudiar. Prefería aprender de sus vivencias y errores. Pero por ella merecía la pena pasar noches en vela. Fue entonces cuando se enamoró de la noche y se acostumbró a no dormir. Ponía en práctica sus lecciones cada tarde… tardes en las que ella además le enseñaba cantares de su tierra.

Una tarde, Tuän no tenía mucho que hacer (su amada estaba demasiado ocupada atendiendo al resto de sus pretendientes) así que se adentró en el bosque buscando probar sus zancos. Recolectó jugosas frutas y delicadas flores. Vagó perdido en sus pensamientos internándose cada vez más en el bosque. Con la idea de llevar al extremo su invento se aproximó a un árbol donde sabía que moraba un ave de coloridas plumas. Mientras calculaba la altura observó algo que brillaba en la copa del árbol. No se lo pensó dos veces. Fue a por él. Al ascender vio que se trataba de un cascabel atado a un cordel de cuero desgastado. Lo sostuvo un poco en su mano y supo que ese objeto estaba destinado a él. El ave, ya anciana, sobrevoló su cabeza perdiéndose entre las copas de los árboles.

Al caer el sol acudió a ver a amada para brindarle sus ofrendas. Esto era costumbre desde que la conoció: todas las tardes Tuän daba lo mejor de si. Ella se limitaba a curvar la comisura de sus labios, para nuestro gnomo la más clara prueba de felicidad y amor. Con toda su ilusión adornó su pelo con las flores y sació su hambre con sus mejores frutos. En el momento adecuado, le tendió el cascabel. Para variar ella dibujó una mueca. Después sólo pudo pronunciar puñales que Tuän esta vez no pudo esquivar. Culminado el agravio, ella marchó sin más.

Los días posteriores el gnomo vagó sin alma mientras conocía el mundo tras una cascada de lágrimas. Desde entonces vive con el corazón negro. Fue entonces cuando ató el cascabel a su cinto para nunca olvidar que ambos fueron despreciados. Y sobre él juró que jamás entregaría su amor a nadie. Pero… en su interior latía La Pregunta: ¿por qué?

Decidido (y ayudado por los puntapiés de su hermano) marchó de su casa con la intención de ver mundo, buscar nuevas ideas y compradores para sus inventos y descifrar el mayor enigma de su vida: las mujeres.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Adara, sangre de su sangre.

escrito por Irene.

En mitad de la noche, Elhidrian se despertó por los gritos. Salió rápidamente de su cabaña. El tejado de ésta estaba ardiendo. El poblado entero estaba ardiendo. Volvió a entrar, únicamente para coger su báculo. Elhidrian era el hechicero más poderoso de los alrededores. El fuego iluminaba la noche de una forma sucia, pero pudo distinguir a los humanos. Estaban entrando en las cabañas, prendiendo fuego, asesinando a todo elfo, hombre, mujer o niño que saliera huyendo de las llamas. Los habían atacado por sorpresa, ellos estaban indefensos y por algún motivo, esos humanos lo sabían.







Elhidrian vivía solo desde hacía años, se había encerrado en su cabaña. Las amables elfas del poblado le traían a menudo alimentos, medicamentos e ingredientes para sus pócimas. Trataban de consolarle. Pero él quería estar solo.






Esa noche decidió luchar por su pueblo y enfurecido empezó a golpear a todo humano que se cruzaba. Entonces, las llamas llegaron a las montañas; Elhidrian se percató y siguió con la mirada su curso. Y fue cuando la vio. Era su hija. Hacía años que había desaparecido cuando jugaba en el bosque. Esa era una de las razones por las que se había encerrado. No fueron capaces de encontrarla y su dolor le consumía.






Sin dejar de mirar a su dulce niña, corrió más rápido que el viento para salvarla de las llamas y abrazarla tanto como había deseado durante todos esos años. Se acercaba más y más, llorando de felicidad. La pequeña, que ya no lo era tanto, pues llevaba cerca de cinco años desaparecida, se percató de que el elfo se aproximaba hacia ella. Corrió hacia él, llorando también. Cuando estaban a escasos metros, Elhidrian vio algo para lo que no estaba preparado: su hija desenvainó una vieja cimitarra, saltó mientras gritaba maldiciendo a los elfos y le hirió en el pecho. El elfo cayó al suelo de espaldas, atónito ante lo que acababa de suceder. La pequeña semielfa, sangre de su sangre, se aproximó y le clavó la cimitarra rozando su corazón. Tras ello, retrocedió unos pasos, llorando de rabia.


- Asesinos… Vosotros matasteis a mi padre, ahora yo he acabado con todos… - dijo temblorosa la niña, aunque sin perder la firmeza.


- Mi pequeña… tú has matado a… tu… - Elhidrian fue perdiendo fuerza y su hija no escuchó que dijo “padre”, pero se pudo ver en su mirada la decepción y la incomprensión que sentía en aquel momento.


- ¡Calla! ¡¡Cállate, sucio elfo!! – gritó la niña, y puso la punta de su cimitarra en el cuello del elfo.






Elhidrian entonces, con las pocas fuerzas que le quedaban, dio una patada a su hija para derribarla, y cogió su báculo. Apuntó con él a la pequeña.


- ¡Adara, hija de Elhidrian y Amitria, eres una deshonra! ¡Ahora desaparece, desaparece para siempre! Adara, por qué… - sin apenas fuerzas, Elhidrian comenzó con el conjuro y el báculo empezó a brillar. Adara casi no podía moverse, sentía mucho dolor. Ella tenía que morir. Sin embargo, la confusión y el enfrentamiento de sentimientos de Elhidrian le jugaron una mala pasada y algo no salió bien. Adara tenía que morir, pero comenzó a desaparecer. Cuando el báculo cayó de la mano sin vida de Elhidrian, Adara había desaparecido, tal y como su padre conjuró. Pronto aparecería en otro lugar, pues su destino no era otro que desaparecer de los ojos de su padre, que ni una noche dejó de rezar para que su pequeña volviera.

martes, 2 de noviembre de 2010

Adara, prófuga de las sombras.

escrito por Irene.


Ella era como una despistada sombra. Tímida al caminar, a la vez sin preocuparse en absoluto de que nadie la descubriera por los campos. Adara, después de tanto caminar para salir de aquella montaña, se empezaba a aburrir. Pero a la vez estaba algo preocupada por su encuentro con otras personas… Tal vez un cartel con su rostro estaba en todos los mercados, en todas las tabernas, con una orden de búsqueda y captura. Aunque tal vez nadie la reconociera porque seguramente su rostro había cambiado mucho y sólo alguien que de verdad la conociera podría reconocerla con sus rasgos más maduros. Pasaba por casas aisladas, por pequeños poblados, pero nunca se acercaba de forma que la vieran, sino que iba a robar por las noches para poder alimentarse y vestirse. Los pensamientos fluían por su mente, las fantasías acerca de los oscuros acontecimientos de su pasado se tornaban en paranoia. Pero estando tan sola, y pudiendo hablar sólo consigo misma, se daba cuenta de ello y se esforzaba por no perder la razón.







Al cabo del tiempo, llegó a una ciudad que no conocía. Adara sólo pudo emocionarse al ver a tantos seres que se comunicaban, que se reían, que hacían una vida normal. Entró en una taberna para aclarar si sus miedos eran una realidad y la estaban buscando públicamente. Paseó por allí, fijándose en las paredes, fingiendo que se deleitaba con las ilustraciones que decoraban aquella tasca. Levantó las miradas de varios hombres, pues su juventud y su belleza no pasaban desapercibidas. Unos cuantos varones le gritaron, se le insinuaron y hasta le dijeron varias groserías. Ella se limitó a lanzarles miradas de asco.


Entonces, un humano joven y fuerte se acercó sigilosamente por detrás, pero no por ello Adara dejó de percatarse de su inminente encuentro. Cuando el humano iba a poner la mano en su hombro, Adara se giró y le agarró por la muñeca. Se miraron fijamente durante unos segundos en los que no hicieron falta las palabras. Ella le miró intensamente, desafiándole; pero lo que ella no esperaba es que él mantuviera la mirada, con cierta chispa y atrevimiento, pero a la vez dejándose desafiar. Lo que Adara distinguió es que no era un cerdo, como los demás que la habían mirado de forma lasciva. Poco a poco se relajó, y le fue soltando, aunque sin bajar la guardia. Sin decir nada, se sentaron en la mesa más cercana.


- Tú no eres de por aquí, ¿verdad? – preguntó el humano.


- ¿No es evidente? – insinuó Adara, burlándose del poco ingenioso comentario de su acompañante.


- Más que nada porque… - acercó su mano y le quitó unas ramitas de su cabello. Adara se sonrojó y le apartó la mano. El humano continuó – Tienes las mejillas curtidas por el viento de las montañas, los labios cortados. Creo que eso te hace más hermosa.


- Y yo creo que eres demasiado atrevido como para no haberme dicho tu nombre, ni saber el mío. Además, ¿no piensas invitarme a una bebida? Ya te imaginarás que hace mucho que no bebo más que agua.


El humano hizo un gesto al mesonero y le pidió dos pintas. Miró de nuevo a Adara, y se puso algo más serio y continuó hablando.


- Me parece que eres fuerte, semielfa.


- Semihumana, querrás decir – corrigió Adara con desdén.


- A eso me refiero. Se ve a simple vista que no eres en absoluto corriente. Creo que conozco a alguien que puede ayudarte. Porque… - de repente Adara lo agarró por el cuello y el humano calló.


- Dime ahora mismo qué sabes de mí, ahora mismo, o te corto el cuello – dijo Adara con los ojos bien abiertos, y apretó la boca en un intento de no echarse a llorar por lo nerviosa que aquel comentario la había puesto. El humano, otra vez, le sostuvo la mirada y esperó a que la joven se calmara. Adara, al ver que toda la taberna la miraba, le soltó y se sentó. Arrancó de las manos del camarero su jarra de cerveza, que acababa de traer pero no había dejado en la mesa ante aquel impacto. Ella bebió y el camarero se retiró sin pedirle el dinero, olvidándose de dejar la cerveza del joven humano, aunque a éste no pareció importarle. Adara dio un trago largo, disfrutándolo, y hasta que no se relajó no volvió a hablar.


- Bien… Dime qué está pasando aquí.


- Quiero darte la oportunidad de sacar toda esa ira que tienes dentro. Conozco a quien puede instruirte hasta convertirte en una gran guerrera. Eres una luchadora en potencia, Adara.


Adara abrió los ojos como platos. Esta vez, no fue capaz de reaccionar. El miedo pudo con ella. Su propio nombre retumbaba en su cabeza. Entonces, el humano sacó algo de su bolsillo. Un papel manchado de sangre. Un papel muy familiar.


- Se te ha caído al entrar – dijo el joven, entregándole a Adara la declaración de guerra a los elfos que había estado colgando de su cimitarra. Adara lo cogió y se levantó avergonzada, sin decir palabra.


El humano le sujetó la mano suavemente, en señal de comprensión. Adara le miró, y le soltó la mano. Subió las escaleras y él la siguió. Allí estaba Adara, esperándole en el pasillo.


Se besaron. Estuvieron besándose durante varios minutos. Él acariciaba su rostro, y ella sujetaba sus ropajes. Fue algo intenso, algo sincero. Lentamente, separaron sus labios. Sin mirarse, hablaron en susurros.


- No quiero juzgarte, Adara. Pero he comprendido el dolor que albergan tus ojos. Creo que mereces algo mejor que vagar por la montaña.


- No sé lo que siento… No recuerdo nada de lo que pasó. Estoy muy confusa…


- Mi oferta sigue en pie. Si en algún momento alguien quiere hacerte daño, debes estar preparada.


El joven susurró al oído de Adara cómo llegar a su nuevo destino. Dejó caer en su bolsillo unas monedas. Besó su frente, la miró a los ojos y acarició su mejilla, secándole las lágrimas que corrían por ella. Bajó las escaleras.






Adara se sentó en el suelo. Pasaron unas horas hasta que llegó la noche, y el mesonero le llamó la atención. Pagó por una habitación y se hundió bajo las suaves mantas de la cama. Sabía que no volvería a verle. Sabía que le debía aquel momento de sinceridad, y que al día siguiente debía partir a aquel lugar que el bello humano le había indicado. Entre lágrimas, Adara recordó que aún quedaban buenas personas en el mundo y sonrió.